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¿El odio es más fuerte?

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Blanca Inés Durán
06 de noviembre de 2025 - 05:03 a. m.
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Hace casi dos décadas, en 2006, un político me hizo creer en la utopía. En un país que solo hablaba de guerra y violencia, él mencionaba palabras que sonaban a bálsamo: diversidad, cambio climático, la importancia del agua. Hablaba de “la política del amor”. Fue una bocanada de aire fresco; por fin, alguien proponía construir la nación desde una base diferente.

Pero la política, la que he vivido por más de 20 años desde el sector público, ha demostrado que no es el espacio para la coherencia.

Aquel pionero del “amor” pronto reveló su otra cara: promovió un discurso de guerra, un crudo “ellos contra nosotros”. Fue, quizás, también pionero en eso, pues hoy vemos cómo la mayoría de los candidatos basan su campaña en la polarización, los insultos y la violencia verbal. Aun así, en 2022, este mensaje le dio la victoria. Millones creyeron que el cambio real había llegado, que las grandes apuestas por los más vulnerables y la lucha anticorrupción eran el norte.

Pero la dificultad de ser coherente en el poder se hizo evidente muy pronto. Lo que empezó como un gobierno de inclusión y diversidad ha involucionado hacia un ciclo de escándalos y un discurso cada vez más violento, un “ellos contra nosotros” que ahora parece buscar la eliminación del diferente como única vía. Atrás quedaron los discursos de la política del amor.

Lo más doloroso es ver cómo los seguidores de esta promesa jamás aplicaron ese “amor”. Se transformaron en hordas de odio, utilizando la ofensa y la violencia digital para silenciar a quien se atreviera a pensar distinto. Es una incoherencia total que, al mismo tiempo, los discursos oficiales sigan empuñando palabras huecas como “pacto”, “alianzas” y “acuerdo nacional”.

No se puede hablar de lo que no se tiene. Si se alimenta el odio contra el contradictor, si se construye la política desde el deseo de eliminar al otro, ¿qué resultado diferente podemos esperar?

El reciente episodio en el Pacto Histórico, donde Wally gana una consulta interna y sale a insultar a sus contradictores en redes, ya no genera sorpresa; solo una profunda tristeza. Se ha desperdiciado una oportunidad histórica para construir una agenda de unidad. En su lugar, obtuvimos madrazos, insultos y una desoladora falta de argumentos.

“¡Bobo hijueputa!”. Eso es todo lo que un posible senador, salido de la promesa del cambio, tiene para decir a quienes lo cuestionan. Es el lenguaje perfecto para nuestra época: rápido de leer (no más de 3 segundos), sin esfuerzo, ideal para la fugacidad de las redes sociales y los fast-effects.

Así, 20 años después, termina la “política del amor” que me hizo soñar con un país que no se matara entre colombianos solo por pensar diferente. No culpo al líder por su incapacidad de ser coherente. Simplemente se dio cuenta de algo pragmático y descorazonador: es más efectivo odiar que amar. Los que aman son idealistas, y en la política actual, parece que los idealistas no ganan elecciones.

Tenemos un reto crucial de cara a las próximas elecciones. Debemos demostrar que es posible elegir a personas que no necesiten el discurso del odio para triunfar. Hay que volver a creer en aquellos que genuinamente sostienen que la única salida es construir esa esquiva “política del amor”.

Porque si fracasamos en esa tarea, la política seguirá siendo la trinchera del odio que sigue alimentando nuestra violencia histórica. Necesitamos, con urgencia, demostrar que, como decía Fito Páez: “el amor es más fuerte”.

Blanca Inés Durán

Por Blanca Inés Durán

Bogotanóloga, ingeniera industrial y gestora pública.
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Qué tal entonces que un grosero como el tal Wally llegue al Congreso, porque entonces apague y vamonos.
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    Igual que "esto es mucho H.P.", dicho por el señor de las bolsas refiriéndose al presidente del senado.
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