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En las próximas elecciones los ciudadanos nos enfrentaremos a una nueva generación de influencers que tratarán de migrar a la política electoral. Aprendamos a diferenciar de los proyectos políticos del mero entretenimiento.
En el escenario político actual es impensable que un político o aspirante a un cargo de elección popular no tenga perfiles en redes sociales. Sin embargo, hay un gran problema de intereses cuando los influencers, aquellos que han ganado reconocimiento público a través de sus publicaciones, se convierten en políticos.
Polo Polo, Jota Pe Hernández y tantos otros han demostrado en su paso por el Congreso que su principal interés no es el de legislar para sacar leyes que beneficien al grueso de la población del país, sino radicalizar de cara a los seguidores en sus redes.
Es mucho el ruido que hace Polo Polo en sus redes, por poner un ejemplo, pero es poco lo que vota, como lo denunció la representante a la Cámara Esmeralda Hernández, quien asegura que de 505 votaciones se ausentó en 317.
Es evidente que su interés no es el de discutir con argumentos, llegar a acuerdos para mejorar proyectos de ley y conseguir consensos, especialmente en un momento coyuntural para Colombia, en el que se tramitan reformas que van a afectar la cotidianidad de todos los colombianos, como la de salud, laboral, pensional, tributaria, educativa y tantas otras.
A Jota Pe tampoco se le reconoce por su capacidad de diálogo, sino por sus posiciones radicales conservadoras, lo cual es una ironía, pues milita en un partido progresista, como la Alianza Verde. El senador Hernández siempre privilegia el insulto, el señalamiento y el grito (como vimos en su último rifirrafe con el senador Cepeda), porque eso es lo que le pide su base de seguidores en sus redes.
El problema es que los dos, como representantes de su electorado, no deberían responder a las tendencias en las redes, sino a los intereses de la ciudadanía. La curul que ocupa Polo Polo, por ejemplo, corresponde a la población afrocolombiana. ¿Qué ha hecho por beneficiarlos?
Las redes sociales digitales son una gran herramienta para conectar con la ciudadanía, para rendir cuentas al electorado, conocer sus dolores y sus necesidades y usar esa información para mejorar las leyes y el control político.
Es indudable que estas herramientas llegaron para quedarse y seguirán siendo cada vez más relevantes en las contiendas políticas de todo el mundo, como lo acabamos de ver en las elecciones de Nueva York. Pero es importante que los ciudadanos sepamos diferenciar de las personas que tienen un proyecto político claro y que usan las redes para amplificar la base social de su proyecto político, de los que solo buscan entretener, provocar y generar reacciones, sin discusiones de fondo.
Muy seguramente, en las próximas elecciones llegará una nueva generación de influencers en la política, como por ejemplo, Walter Rodríguez, “Wally”, que lleva años entreteniendo audiencias con su humor, en los últimos años financiados con dinero del gobierno. Esperemos que, si llega al Congreso, use sus habilidades como comunicador para fortalecer sus habilidades para legislar y que no se quede en su rol de influencer, ahora con sueldo de congresista.
Por parte de la ciudadanía, el reto es mirar más allá de los contenidos de los canales que seguimos en redes sociales para tener una comprensión del escenario político con una visión más amplia de lo que nos ofrecen los algoritmos en lo que estamos encerrados. No perdamos de vista que hay una gran diferencia entre un líder político y un humorista.
