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Futuro sin futuro

Blanca Inés Durán

08 de mayo de 2025 - 12:05 a. m.

Pareciera que las nuevas generaciones no conocen las buenas noticias y tampoco se avizoran cosas positivas en el mediano plazo.

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Dice Diana Uribe en varios capítulos de su podcast que “los momentos de esperanza en el escenario internacional son pocos y breves”. El fin del apartheid en Sudáfrica, la caída del Muro de Berlín, o, más recientemente, la firma del Acuerdo de Paz en Colombia, son momentos breves pero que dan una sensación de optimismo y esperanza en la humanidad, y que nos dan aliento y un norte para seguir.

Sin embargo, en este momento es difícil divisar un momento similar que nos dé esperanza. Pareciera que las generaciones más recientes sólo han vivido en medio de las malas noticias, desde la crisis económica de 2008, la salida de Reino Unido de la Unión Europea, la derrota del Sí en el Plebiscito por la Paz, la pandemia, las guerras entre Rusia y Ucrania, e Israel y Palestina, y la lista podría continuar.

El problema es que tampoco se ven buenas noticias en el horizonte. Las políticas económicas del gobierno de Donald Trump nos acercan a una crisis económica global, y sus esfuerzos por desfinanciar la investigación científica en las universidades y las instituciones del gobierno que se encargan de regular la salud pública nos tienen incluso ahora cerca de una nueva pandemia.

Antes de resignarnos al apocalipsis o a la distopía, a la cual parece que nos estamos familiarizando y aceptando gracias a la gran cantidad de películas y series que avizoran la caída del mundo (The Last of Us, El cuento de la criada, Paraíso, Guerra civil, No mires arriba, El eternauta y un largo etc.), sería bueno preguntarnos por qué razón estamos en un momento en la humanidad en la que no podemos imaginarnos que pueda suceder algo positivo.

La humanidad posee hoy la tecnología, los conocimientos y los recursos para superar los problemas básicos mundiales, como el hambre, la guerra y los desastres climáticos. En su lugar, parece que los proyectos políticos que surgen nos llevan a cerrar las puertas de las naciones y a renunciar a los pilares de cooperación y solidaridad que en algún momento generaron alguna esperanza en el sistema internacional.

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Esta realidad, llevada al escenario local de Colombia, se ve reflejada en los proyectos políticos que se están moviendo para gobernarnos en 2026. En medio de esta campaña electoral permanente, tanto la propuesta ideológica de la izquierda como de la derecha tienen en común que no proponen ni un proyecto de país próspero donde quepamos todos, ni un método para lograrlo.

Lo único que escuchamos desde las dos orillas políticas es la necesidad de acabar con el otro bando. Múltiples maneras de decir lo mismo: que si el otro gana ahí si se va a acabar Colombia. La mayoría de las propuestas políticas están enfocadas en la aniquilación del otro.

Hoy, después de que la extrema derecha nos gobernó por (por lo menos) 12 años no consecutivos, sabemos que este proyecto político no nos va a llevar a mejorar como país. Privatizar la economía y darle carta libre a la fuerza pública para hacer la guerra no nos llevó a un mejor país. Por otro lado, también sabemos que esas buenas intenciones de la izquierda sin método ni ideas claras para aterrizarlas, y esa voluntad de cuasiestatizar la salud, la educación y otras empresas tampoco nos están dejando un mejor país.

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Si queremos avizorar buenas noticias en el horizonte, empecemos por lo básico: por imaginarnos un país donde quepamos todos, donde trabajemos y cooperemos en medio de la diferencia y donde superemos la idea de que el país sería un paraíso si tan solo ese otro no existiera. Es en este espacio donde las propuestas políticas de centro pueden tener ideas claras y un proyecto de país que seduzca a las mayorías, que nos permita salir de este pesimismo colectivo, de este no futuro.

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Por Blanca Inés Durán

Bogotanóloga, ingeniera industrial y gestora pública.
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