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Inventarse los enemigos

Blanca Inés Durán

20 de noviembre de 2025 - 12:05 a. m.

—Presidente, ¿para qué les da palo a los expresidentes si son irrelevantes?

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—Eh, ministro, es que uno en la política tiene que tener enemigos. Y si no los tiene, hay que inventárselos.

Esta revelación, que hizo el expresidente Juan Manuel Santos en el pódcast A Fondo de María Jimena Duzán, recordando sus tiempos como ministro de Álvaro Uribe, es quizás la confesión más honesta sobre cómo funciona la maquinaria del poder en Colombia. Esa frase explica a la perfección no solo la campaña electoral que ya se siente en el ambiente, sino la tragedia histórica de nuestra vida republicana: hemos reemplazado la gestión por el conflicto.

Los caciques políticos tradicionales, sin importar si visten camisetas rojas o azules, o si se ubican a la izquierda o a la derecha, han descubierto una verdad cínica: las propuestas reales dan mucho trabajo, requieren ejecución técnica y resultados medibles. En cambio, crear enemigos internos es barato, rápido y muy rentable en las urnas. Mantener a las “barras bravas” electorales indignadas es más fácil que mantener a la ciudadanía satisfecha.

Quienes vivimos la segunda mitad del siglo XX llevamos en la memoria la doctrina del “enemigo interno”. Ese “coco” que nos iba a llevar al comunismo sirvió de excusa perfecta para clausurar el debate democrático. Bajo esa lógica, cualquier alternativa política que no tuviera el carné de los partidos tradicionales era tachada de comunista, una amenaza existencial y debía, literalmente, desaparecer.

Lo insólito es ver qué tan desconectada de la realidad sigue la oligarquía colombiana alineada en la derecha. Décadas después de la caída del Muro de Berlín y del colapso de la Unión Soviética, nos siguen vendiendo el mismo miedo. A falta de propuestas modernas para un mundo cambiante, reciclaron al enemigo imaginario agregándole el prefijo “neo”, como si el comunismo fuera hoy una opción real de poder en algún lugar serio del mundo.

Sin embargo, el problema es simétrico. En la otra orilla, el libreto es idéntico y los resultados igual de decepcionantes. A pesar de que Gustavo Petro llegó al gobierno con una agenda reformista ambiciosa y el mandato popular para ejecutarla, la realidad muestra que gobernar es mucho más difícil que hacer oposición. El presidente parece preferir no implementar las herramientas que tiene a mano para mantener vivos a sus enemigos políticos. La victimización constante se ha vuelto una estrategia de gobierno.

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Como acertadamente señaló William Ospina en su columna reciente: “a Petro lo que le gusta es quejarse: en un régimen presidencialista se lamenta de no tener poder alguno, en lugar de aprovechar el poder que realmente tiene para tomar iniciativas profundas”.

El objetivo de estos extremos no es el desarrollo del país ni el bienestar de la gente. Lo que importa es la retención del poder y, para eso, el enemigo es vital. Si se solucionan los problemas, se acaba la rabia, y sin rabia, los extremos se quedan sin combustible.

Por esta razón es tan injusta y peligrosa la etiqueta de “tibios” que se les pega a los políticos de centro. Se les define así para deslegitimar la sensatez. Pero no son tibios; son pragmáticos. El centro molesta a los caciques porque su objetivo no es aniquilar al contrario, sino solucionar problemas concretos.

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Un político de centro entiende que la seguridad no es patrimonio de la derecha y que la inversión social no es exclusiva de la izquierda. Si propone una fuerza pública legítima que combata el crimen, inmediatamente se le clasifica a la derecha. Si propone subsidios o equidad, se le arrincona en la izquierda. Pero gobernar no es elegir una trinchera; es usar todas las herramientas del Estado.

La realidad de Colombia es demasiado compleja para caber en la visión dogmática y miope de los extremos. Comprender el país implica abordar los problemas más allá de la ideología. Necesitamos menos inventores de enemigos y más solucionadores de problemas.

Por Blanca Inés Durán

Bogotanóloga, ingeniera industrial y gestora pública.
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