La lucha por la biodiversidad no se limita a las selvas amazónicas: nuestras ciudades también son un campo de batalla crucial. Colombia, el país con mayor biodiversidad por metro cuadrado, alberga una riqueza natural invaluable incluso en sus espacios urbanos. Es hora de reconocer que la protección de la fauna y flora en entornos urbanos es vital para cumplir con los compromisos que se discuten en la COP16 en Cali.
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Imagine un lugar donde habitan 157 especies de aves, tortugas, ranas, roedores, peces y una gran cantidad de insectos como escarabajos, polillas y saltamontes. Posiblemente el lector se imagina un parque natural en los llanos, en el pacífico o en la Amazonía, pero en realidad estoy hablando del Simón Bolívar, en pleno corazón de Bogotá.
Es importante recordarlo, precisamente durante la semana en que se desarrolla la COP16 en Cali, una cumbre donde 190 países están discutiendo cómo proteger la biodiversidad del planeta para evitar las crisis climáticas y ambientales que se avecinan.
En medio de la discusión de cómo proteger la biodiversidad, pareciera que el tema queda limitado a las zonas rurales, y poco se habla de la biodiversidad urbana. Con un 47 % de la población de Colombia viviendo en ciudades, no podemos ignorar la responsabilidad que tenemos de proteger la riqueza natural que se esconde en las grandes ciudades.
A pesar de que Bogotá es, en su gran mayoría, una mole de cemento y asfalto, hemos logrado conservar una Estructura Ecológica Principal conformada por las áreas protegidas, los parques y el área de manejo especial del río Bogotá.
A lo largo de los últimos años se han construido espacios de convivencia entre seres humanos y especies de fauna y flora, como el parque Aguaviva. Este parque se diseñó para conservar el ciclo del agua y tiene, en sus más de dos mil metros cuadrados, 160 árboles multiorigen y multiespecie, además de jardines xerófilos y de gramíneas que dan hogar a miles de insectos polinizadores. Allí también se destinaron 558 metros cuadrados para huertas urbanas que fortalecen la organización comunitaria y el trabajo colectivo.
Sin embargo, estos esfuerzos para conservar la fauna y flora de la capital se ven opacados por intervenciones nefastas, como el endurecimiento de zonas verdes, la tala de árboles, los diseños de parques con materiales inadecuados como el cemento, los pisos sintéticos y el asfalto. Todo esto golpea directamente la capacidad de darle hábitat a miles de especies nativas.
El parque Simón Bolívar es un oasis en medio del desierto gris, y demuestra que se puede conservar la biodiversidad en las metrópolis. Sus 113 hectáreas son ejemplo de cómo se pueden combinar usos recreativos de los seres humanos con la permanencia de especies de fauna y flora propia.
Durante la administración pasada hicimos un esfuerzo por lograr la certificación de carbono neutro para el parque. Esto significa que todo el funcionamiento del Simón compensaba la emisión de gases de efecto invernadero, al tiempo que trabajaba por la eficiencia energética y la reducción de deshechos.
Desafortunadamente la administración actual del IDRD no continuó con esta política y hoy el parque perdió esta certificación, lo cual demuestra la falta de compromiso con la protección del medio ambiente y la sostenibilidad del parque más emblemático de la capital.
La COP16 nos brinda la oportunidad de repensar el diseño de nuestras ciudades y conectarlas con los ecosistemas que las rodean. Debemos acabar con el mito de que la biodiversidad es ajena a la vida urbana. Colombia, en su totalidad, es un tesoro de biodiversidad, y eso incluye a Bogotá, Medellín, Cali y todas sus ciudades.
Es hora de que los mandatarios locales asuman su responsabilidad en la protección del ambiente. Implementemos soluciones basadas en la naturaleza, como techos verdes, jardines verticales y corredores ecológicos, para crear ciudades más resilientes y sostenibles. ¡Hagamos de nuestras ciudades un refugio para la vida, un espacio donde la naturaleza y el ser humano coexistan en armonía!