La reciente aprobación de la Ley de Salud Mental es un gran avance para que abordemos los problemas psicológicos de manera compleja, y no solo a punta de pastillas.
En episodio 17 de la temporada 20, Lisa Simpson sufre de depresión, así que los médicos le ordenan unas ‘pastillas de la felicidad’. A partir de este momento Lisa sólo puede ver el mundo como una gran carita feliz, aun cuando presencia situaciones terribles e injustas.
Como muchos capítulos de Los Simpson, es una descripción acertada de la realidad. En Colombia, según un estudio de 2023 entre la Secretaría de salud de Bogotá y la Oficina de las Naciones Unidas Contra las Drogas y el Delito (UNODC), el 13 % de los habitantes de Bogotá ha consultado por un tema de salud mental y, de esos, más de la mitad han recibido algún medicamento. Pareciera que la solución más común a los problemas de salud mental en los servicios médicos es dar una pastilla, tal como le pasó a Lisa Simpson.
Pero la pastilla –es decir, la solución farmacológica– no es suficiente para una problemática cada vez más creciente, no sólo en Bogotá, sino en todo el mundo. En nuestra ciudad, más de un millón de personas tienen un riesgo alto de padecer depresión, así que hay que buscar otras soluciones más allá del medicamento.
Por eso, la aprobación de la Ley 2460 de 2025 sobre salud mental, promovida por la representante a la Cámara por Bogotá, Olga Lucía Velásquez, es un gran cambio en la forma como se ven los trastornos mentales en el país. No solo deja de verlos como un problema médico al cuál hay que darles un tratamiento farmacológico, sino que los entiende como un problema biopsicosocial y comunitario. Es decir, si se quieren atender los problemas de salud mental es necesario entender el contexto de la persona afectada, su familia, su comunidad, sus problemas cotidianos y luego sí pensar en el tema médico. Esto obliga a los profesionales de la salud a mirar más allá del individuo y empezar a pensar en comunidades sanas, si se quieren individuos sanos, no se pueden aislar a las personas de sus contextos y creer que la pastilla de la felicidad va a solucionar todo.
Es esa mirada donde el foco se pone sobre el individuo la que ha perdido de vista la importancia de las relaciones comunitarias, de las redes de cuidado que pueden lograr que las personas mejoren gracias a la solidaridad y el apoyo de un entorno saludable, en el trabajo, en el barrio, en el colegio.
Dejar de ver la salud mental como un problema individual que cada persona debe resolver por sus propios medios, a punta de libros de autoayuda y esfuerzo propio es perder de vista que, como seres sociales, necesitamos mucho de nuestro entorno, necesitamos amigos para hablar, familia para compartir las dificultades y comunidad para enfrentar los desafíos que la sociedad nos trae.
Adicionalmente, las afecciones a la salud mental no son ni culpa ni responsabilidad del individuo. Si bien hay factores genéticos, en su mayoría son el resultado del entorno en el que crecimos y el que habitamos. Si seguimos creando ciudades sin espacios verdes, ruidosas, estresantes, peligrosas y sin sentido de la comunidad y la solidaridad, los problemas sicológicos van a seguir en aumento inevitablemente.
Espero que la ley sea entendida en esa dimensión y se logre que cada vez más personas entiendan que el mayor factor protector de salud mental de una persona es que no se sienta sola sino que se sienta parte de una comunidad que lo cobija.