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La lectura arbitraria de la prueba genética que le hicieron a la boxeadora Imane Khelif, que arrojó que tiene cromosomas XY, puso en duda su condición de mujer y la sometió a ataques misóginos y a ciberacoso.
Mujeres brillantes a lo largo de la historia, como la poetisa francesa Christine de Pizan (autora de la obra utópica “La ciudad de las damas”), Sor Juana Inés de la Cruz (que nos alertó: “Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis”), Hipatia de Alejandría y Simone de Beauvoir, se hicieron la pregunta: ¿Qué es una mujer? Y más particularmente: “¿Quién decide qué es una mujer?”.
Como mujer, me lo he preguntado de vez en cuando: ¿Ser mujer es ser femenina, es ser débil, es ser tierna? Y la pregunta particularmente tramposa: ¿Ser mujer es ser madre?
Existe un dato biológico: la presencia de genitales de uno u otro sexo al momento de nacer. Un dato más técnico es la presencia de un par de cromosomas del tipo XX (que define genéticamente a lo que se le llama mujer) o XY (en cuyo caso estamos frente a un cuerpo que definimos como “hombre”).
Como todos los grupos discriminados, a los que se les define no por lo que son sino por lo que no son o lo que no deben ser, las mujeres hemos sido definidas por lo que no somos. No somos hombres, por lo tanto, no podemos ser fuertes, grandes (o más grandes que los hombres) o rápidas. Por eso no podíamos practicar deportes, porque al ser el sexo débil nos podrían lastimar o perderíamos nuestra feminidad o nuestra delicadeza.
El caso reciente de la boxeadora Imane Khelif nos deja una serie de reflexiones y oportunidades para pensar en el rol de las mujeres en el deporte. Mientras Imane Khelif tuvo una carrera deportiva promedio, sin grandes triunfos, a nadie se le ocurrió cuestionar su género. Pero cuando en los Juegos Olímpicos de 2024 derrotó a la boxeadora italiana Angela Carini en 46 segundos, sonaron las alarmas. No solo era una mujer que no respondía a la idea de femenino, sino que además pertenecía a un país mal llamado tercermundista. ¿Hubieran sonado las alarmas si Imane hubiera sido de alguno de los países del primer mundo?
Fue tan impactante el resultado de esa pelea que, sin ninguna prueba y sin conocerla, miles de personas pusieron en duda, a través de las redes sociales, que Imane Khelif fuera una mujer de nacimiento. No conocían su vida, su historia clínica ni su familia; las únicas pruebas que tenían eran que era muy alta, muy fuerte y sus rasgos “muy masculinos”.
Si Khelif tiene una condición hormonal, como cualquier otra condición médica, hace parte de la reserva de su historia clínica; pero los rumores sólo han sido para desinformar, y lo cierto es que la boxeadora no se ajusta al estereotipo de la mujer blanca y occidental, y eso le está causando graves problemas. Pero, ¿pasaría lo mismo si fuera un hombre?
¿Alguna vez alguien cuestionó las múltiples medallas olímpicas que Michael Phelps ganó por sus piernas y brazos extraordinariamente largos? Phelps tiene una condición que hace que su cuerpo produzca la mitad del ácido láctico de la mayoría de las personas; aparentemente, eso permite que se canse menos. ¿Alguien pidió que lo descalificaran por eso? ¿Alguien cuestionó los títulos que ganó Mike Tyson por su pegada extraordinaria que noqueaba a sus rivales en cuestión de segundos?
A pesar de los cuestionamientos, que provienen del desconocimiento y los prejuicios, es una muy buena noticia que Khelif haya ganado la medalla de oro, que el Comité Olímpico Internacional (COI) haya reconocido su justa participación en igualdad de condiciones con las demás competidoras y que se hayan silenciado sus críticas con argumentos. Hoy, la boxeadora prepara una demanda masiva por el ciberacoso que recibió, y que incluye a personalidades como el millonario Elon Musk y la escritora J.K. Rowling.
La polémica llega en un momento muy interesante, donde las divisiones del deporte en masculino y femenino comienzan a cuestionarse. Serena Williams ha dicho muchas veces que quisiera poder ser la mejor tenista del mundo, no la mejor tenista femenina, y poder competir con los tenistas hombres.
Abrir categorías que clasifiquen por estatura, peso, fuerza y no por género podría resolver esa polémica. Se puede iniciar con aquellos deportes que ya tienen equipos mixtos o con los que generan menos prevención, como el tiro o el tiro con arco.
De hecho, en los Juegos Paralímpicos hay un gran conocimiento para crear condiciones justas de competencia en medio de una participación diversa de características, cualidades y discapacidades.
Se necesita aprender de esas experiencias, ampliar la investigación científica que combata prejuicios y nos permita vernos como seres humanos y con el verdadero espíritu deportivo con el que se crearon las competiciones olímpicas: el de unirnos como humanidad y competir y participar en condiciones equitativas y en medio de la diversidad.

Por Blanca Inés Durán
