Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
En marzo, el país volverá a las urnas para elegir un nuevo Congreso. Bogotá, con su inmenso peso demográfico y electoral, tiene la ventaja —al menos en el papel— de elegir 18 curules a la Cámara. Es una bancada gigantesca, con el potencial teórico de inclinar la balanza en cualquier decisión nacional.
El plazo para la inscripción de listas venció el pasado 8 de diciembre, desatando la típica novela política de cada cuatrienio: revuelo en los directorios de los partidos, discusiones internas interminables, aspirantes que entran y salen de las listas a última hora, escándalos prefabricados y denuncias oportunas. Todo un drama digno de horario estelar. Sin embargo, nada de ese espectáculo conmueve a la ciudadanía de Bogotá. Y tienen toda la razón para la indiferencia: para la gran mayoría, no es claro para qué sirven esas elecciones ni en qué les beneficia ese “circo” en su día a día.
Las cifras de esta desconexión son alarmantes y hablan por sí solas. Mientras la abstención en Colombia para Senado y Cámara ronda el 52 %, en Bogotá esta cifra trepa al 55 %. Y hay un dato aún más diciente: del total de votos, casi el 8 % son en blanco. No es apatía gratuita; es un mensaje político contundente. La gente asocia la Cámara de Representantes con leyes abstractas y burocracia, pero no ve allí la solución a sus problemas cotidianos.
Y no se equivocan. De las 18 personas que hoy ocupan una curul representando a la capital, apenas dos o tres han liderado debates serios o propuesto leyes pensadas específicamente para la ciudad. La gran mayoría utiliza a Bogotá como trampolín para saltar a temas de índole nacional, olvidando por completo a la circunscripción que les dio los votos. Por eso, el debate sobre quién quedó de cabeza de lista resulta irrelevante para la población bogotana. Vemos caras repetidas y figuras de la política tradicional que, con seguridad, seguirán ignorando las necesidades de su electorado.
Es indispensable cambiar esta dinámica perversa. Bogotá debe exigir a quienes aspiran a representarnos que aterricen y hablen claro. No queremos discursos genéricos; queremos saber qué proponen sobre el urbanismo que nos ahoga y el espacio público que nos falta. ¿Cuál es su plan real y legislativo para la seguridad? ¿Qué postura defenderán frente a la financiación de las líneas 2 y 3 del metro? Son temas vitales que deberían discutirse con rigor en el Congreso, y no dejarse solo en manos del Concejo Distrital.
Aquí radica la gran paradoja de nuestra relación con la Nación: mientras el resto del país acusa a Bogotá de centralista y de creerse privilegiada, la realidad es que somos el territorio más desprotegido por el Gobierno Nacional.
La evidencia del abandono es palpable. En los últimos 30 años, la única inversión nacional significativa ha sido el metro, y eso se logró tras décadas de “cheques chimbos” y promesas incumplidas. En el ámbito deportivo, la situación es vergonzosa: Bogotá no realiza los Juegos Nacionales desde hace 21 años. Casi ningún evento deportivo internacional de gran calibre se trae a la capital; esas inyecciones de turismo y economía se van a Medellín, Barranquilla o Cali.
Miremos las vías de acceso. Entrar o salir de la ciudad es un suplicio por la Calle 13 o la Autopista Sur. Estas vías son responsabilidad del Gobierno Nacional y, a pesar de ser arterias claves por donde se mueve la economía del país —somos el puerto seco más importante de Colombia—, la inversión para ampliarlas o mejorarlas es nula. Y para rematar, el aeropuerto El Dorado ya se nos quedó chiquito frente a la demanda.
Bogotá merece una mejor representación a la Cámara. Merece inversión real y merece atención prioritaria. No podemos seguir siendo la capital designada para recibir las marchas, las protestas y los reclamos de todo el país, poniendo el caos, pero ser sistemáticamente ignorados a la hora de asignar el presupuesto nacional.
Como dirían en los Simpson: ¿Alguien, por favor, quiere pensar en Bogotá?
