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Realidades y ficciones apocalípticas

Blanca Inés Durán

12 de diciembre de 2024 - 12:05 a. m.

Parece que el cine y la televisión nos están acostumbrando a un mundo apocalíptico donde no podemos hacer nada para evitar un desastre de la humanidad.

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Fin de año es un momento de balances. Sentimos que algo acaba y que algo nuevo va a comenzar. Y eso nos lleva a juzgarnos a nosotros mismos (no siempre de la forma más amable) y a enumerar en nuestra cabeza lo que no salió bien a lo largo del año. En ese sentido, el mes de diciembre es siempre un poco apocalíptico y desesperanzador. Si a eso le sumamos el estrés por las fiestas de fin de año, se explica por qué nuestra cabeza suele entrar en semejante estado de confusión.

En estos días en que las vacaciones se acercan, le pregunté a amigos y familiares si me podían recomendar series y películas para ver durante el descanso de fin de año. Cuando empecé a revisar las recomendaciones, me di cuenta de que la mayoría tienen un factor común: la llegada del apocalipsis o, peor aún, de lo que nos queda después del desastre.

No mires hacia arriba (Don´t look up); Los últimos de nosotros (Last of us); Dejar el mundo atrás (Leave the world behind); el Cuento de la criada (Handmaid´s Tale); La Purga (The Purge) y muchas más series y películas donde la caída de la humanidad es inevitable y más bien nos piden que nos hagamos a la idea de vivir en un mundo después de la civilización: el mundo, tal como lo conocemos, se va a derrumbar.

De hecho, en la película Guerra Civil (Civil War) se muestra un Estados Unidos bajo un golpe de Estado. Allí se ven las consecuencias de una guerra que divide al país, el sufrimiento de la sociedad civil y el derrumbe del sistema económico de mayor peso del mundo. Cuando se estrenó esta película, antes de las elecciones en noviembre, algunos se atrevieron a vaticinar que, si la ganadora hubiera sido la demócrata Kamala Harris, los seguidores de Trump se iban a levantar en armas para reclamar el triunfo republicano.

El lector podrá pensar que estoy exagerando, que no es más que ciencia ficción para el entretenimiento. Pues bien, una encuesta hecha por la revista The Economist y YouGov dice que el 40 % de los estadounidenses piensa que es inevitable que haya una guerra civil en los próximos 10 años. Esto se debe a que la polarización entre los partidos Demócrata y Republicano se ha vuelto tan profunda que ha llegado a niveles tribales, donde lo importante no es encontrar puntos en común en las diferencias, sino al contrario, exacerbarlas para buscar y justificar la aniquilación del otro.

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A este tipo de sociedades catastróficas y terribles del futuro se les llama distopías: sociedades indeseables contrarias a las utopías que eran las sociedades soñadas. Hace varias generaciones, las personas soñaban con una utopía: una sociedad perfecta donde no existiera el hambre, ni los conflictos, ni la violencia. Una sociedad donde todos se gobernaban a sí mismos y, por lo tanto, no necesitaban gobiernos; donde se podía dialogar y llegar a acuerdos, y sólo la violencia era considerada delito. De allí surgieron diversas propuestas idealistas para construir esa sociedad perfecta: desde el comunismo, el anarquismo, hasta el ecologismo, pero todas viendo en el futuro algo mejor.

Me preocupa que ahora la mirada sea apocalíptica; además, siento que se agudizó con la pandemia. Da la impresión de que no podemos hacer nada por salvar a la humanidad del desastre. Este tipo de series nos muestran que es más fácil adaptarnos a un mundo postapocalíptico que hacer los cambios necesarios para adaptarnos al cambio climático, evitar el desastre ambiental, o fortalecer el sistema internacional para evitar las guerras como la de Ucrania y Rusia, o de Palestina e Israel, e incluso una tercera guerra mundial.

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Pero dentro de las ficciones apocalípticas, tal vez la que me da más miedo es la idea de que la democracia, como sistema de gobierno y de organización social, está condenada a desaparecer. En realidad, creo que esta visión fatalista del futuro jugó un papel muy relevante en el triunfo de la extrema derecha, que lidera el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, y que prefiere deliberadamente un régimen dictatorial.

Esa idea de que la democracia nos falló, que no cumplió sus promesas y por eso debemos deshacerla, reemplazarla por un sistema de gobierno menos burocrático y más rápido en las soluciones, así éstas impliquen pasar por encima de los derechos de las minorías y de las instituciones.

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Soy una convencida de que los problemas de la democracia (que son muchos) se solucionan con más democracia. Por ejemplo, si el Congreso es corrupto y no pasa leyes que beneficien a la gran mayoría, la solución no es cerrarlo, sino renovarlo a voto limpio. Hay gente pila y honesta de sobra, y están listos para reemplazar a las viejas dinastías políticas que han malgobernado el país durante años.

Por ejemplo, ya que los problemas globales requieren acciones locales y nuestro ámbito local se llama Bogotá, ¿qué mejor propósito para este año nuevo que contribuir a mejorar nuestra ciudad? En lugar de centrarnos solo en viajes o metas personales, dediquemos parte de nuestro tiempo a causas que nos permitan convivir mejor. Hay cientos de organizaciones en nuestros barrios trabajando para construir una comunidad más justa y solidaria. Sumémonos a ellas, incluso con pequeñas acciones, y seamos agentes de cambio en nuestro entorno.

Así que en vacaciones veré alguna de estas series apocalípticas, pero las voy a combinar con alguna serie esperanzadora que muestre que vale la pena luchar, seguir adelante, cambiar el mundo. Porque en esta realidad que habito, en esta Bogotá que amo, vale la pena seguir trabajando por evitar el desastre ambiental, la guerra nuclear y la caída de las democracias. La esperanza es la mejor utopía y claramente la acción es la mejor forma de caminar hacia allá.

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Por Blanca Inés Durán

Bogotanóloga, ingeniera industrial y gestora pública.
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