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Que hay indígenas no contactados en el medio de la Amazonia, y que aún recorren las inmensas soledades rocosas de nuestro Parque Nacional Natural más grande, la Serranía de Chiribiquete, pintando objetos, plantas y animales reales y fantásticos en sus paredes desde hace más de 12.000 años es una trama ganadora, que explora maravillosamente el documental que lleva como subtítulo Viaje a la memoria ancestral de América. Señal Colombia se unió para ello con ARTE France y apoyar al director Juan Lozano en la tarea de tejer y registrar una conversación a tres voces entre Carlos Castaño, Fernando Urbina y Marta Peña, los investigadores que buscan hace décadas desentrañar los misterios de la ocupación temprana de las selvas colombiana y que se presentaron en una conversación apasionada en el Festival de Cine Internacional de Cartagena la semana pasada.
La arqueología es una disciplina fascinante que, junto con la astronomía y la paleontología, más inflaman nuestra imaginación desde la infancia, porque nos permiten habitar mundos alternativos e intentar descifrar misterios que requieren creatividad, pero también rigor. Hay quienes al ver las pinturas rupestres identifican con emoción dinosaurios, naves extraterrestres y alienígenas, pero hay quienes vemos con la misma pasión lo que son crónicas de la vida cotidiana de pueblos que colonizaron las selvas cuando incluso no eran selvas: la última glaciación, en retroceso, aún definía ambientes probablemente mucho más secos, donde seguramente había sabanas, más parecidas a los llanos del Yarí del presente que a otros ecosistemas.
Conmemoramos también, sin documental aún, 30 años de las primeras expediciones de caracterización de las dos únicas Reservas Biológicas Naturales que ha declarado Colombia, Nukak y Puinawai, cada una con un millón de hectáreas cobijadas por el precioso río Inírida, el mismo que desemboca en el Guaviare tras sobrepasar los Cerros de Mavecure y que a menudo se confunden con los tepuyes, las formaciones rocosas de arenisca típicas de Chiribiquete y La Macarena, más al noroccidente, áreas todas disputadas por el conflicto armado. Nukak y Puinawai que constituyen, de cierta manera, el origen de una política de bioeconomía de largo aliento, ya que su creación se hizo para proteger procesos ecosistémicos a gran escala, pero con la perspectiva de abrir espacio a la innovación en algún momento del futuro, algo que solo será posible si garantizamos su persistencia en medio de tantos retos, en especial, de la financiación del Ministerio de Ciencia y Tecnología y de Parques Nacionales, encargados de una tarea que a todas luces supera sus capacidades actuales, pese a los ingentes esfuerzos de sus funcionarios.
Hay que ver Chiribiquete (pronto en cines), una conversación espectacular y fundamental para entender los orígenes de la colombianidad, ese concepto tan elusivo que nos inspira y llena de expectativas cuando lo vemos reflejado en el arte pictográfico, los petroglifos del Caquetá o los suelos construidos por los pueblos indígenas para afrontar los retos de una demografía prehispánica floreciente, un hecho que demuestra que las selvas de hoy, en realidad, son jardines diseñados por nuestros ancestros y que deberían ser valorados como la fuente de futuro sostenible que en realidad son.
