Las tendencias recientes de modificación de patrones de consumo con base en valores y criterios de sostenibilidad están creando una paradoja interesante: si para “desacelerar” el agotamiento de recursos y las huellas ecológicas debemos aprender a ser más austeras, la orientación del diseño debería ajustarse, incluso bajo los parámetros de la circularidad. El ejemplo más crítico es la moda, que nos propone un cambio constante de patrones estéticos, lo cual genera mayores consumos de materias primas, agua y energía, con todos los efectos que esto conlleva. Esta semana, a propósito de Colombiamoda, escuché a una persona afirmar que “ya se produjo toda la ropa que necesita la humanidad”, implicando que los retos de innovación están en todas las estrategias de reuso y reciclaje, producción de materiales bio, y similares, lo cual cambia radicalmente los criterios del diseño, la fabricación y el mercadeo de prendas; la tendencia dominante.
El depósito de ropa vieja en el desierto de Atacama, que ya no es basurero sino mina, se ha vuelto una imagen emblemática de los efectos del fast fashion y estrenar, entonces, ya no parece tan glamoroso (lo cual no quiere decir que todo el mundo acabe zarrapastroso). Hay que apelar a la creatividad para crear nuevas fibras, tecnologías de producción de telas, estilos de confección y formas de aprovechamiento de prendas que tan pronto hayan acabado de ejercer como vestuario, se conviertan en docenas de nuevos productos para la construcción, por ejemplo. Se hacen láminas aislantes, recubrimientos térmicos y hasta ladrillos. Luego, con los años, las casas construidas con poliéster y algodón seguramente podrán volver a convertirse en combustible de naves espaciales o forros de crochet para humanizar robots, nunca se sabe.
El desfile de prendas de los estudiantes de la famosa Colegiatura de Medellín mostró tendencias robustas y gran imaginación, con diseños basados en zunchos reciclados, cuero animal reprocesado, carpeticas abandonadas en los cajones de la abuela y mil cosas más, añadiendo alternativas a las propuestas de marcas como Fabricato o Femsa, duchas en anticiparse a los mercados del futuro. Y menciono esto porque la industria de la moda es un ejemplo de cómo una perspectiva de decrecimiento no es aconsejable: cientos de miles de personas viven de vestirnos (y desvestirnos), en un sistema semiótico donde la ropa es el eje de un sistema de comunicaciones complejo del cual muchos no querrían (en los trópicos verdes) o podrían prescindir (en las gélidas latitudes o altitudes). La moda es un mecanismo de presentación y representación de las transformaciones humanas, e incluso las sociedades más autoritarias, que creen en la falsa igualdad de los uniformes, los cambian de vez en cuando.
La moda del futuro, creemos, será parte de la bioeconomía, la mejor circularidad. Para much@s, un jean sin lavar (nunca se lava el denim, aprendí de Pilar Castaño), un par de “tenis” y una camiseta con un mensaje gráfico al frente son su mejor carta de interacción social. Otras, sin embargo, insistimos en el antes muertas que sencillas… ¡pero sostenibles!