Cualquier intento de simulación de un sistema complejo conduce a la aparición de un nuevo sistema, parece ser una de las conclusiones de los megaproyectos que buscan entender el cerebro humano (Blue Mind, Human Brain Initiative), replicar la génesis de la conciencia (Singularity) o cualquier otro fenómeno donde es imposible predecir los efectos de la conexidad de los innumerables (e inestables) elementos que a su vez los definen. Es decir, es imposible fabricar una copia de aquello que pretendemos entender como estrategia para entenderlo; la vieja historia del mapa de Borges. Ese pareciera ser el gran problema de la gobernanza, dado que quienes aspiran a conducir los destinos de la sociedad tienden a creer que cuanto más exactos sus diagnósticos, más conocen la realidad y, por tanto, mejor la pueden direccionar. Pero es todo lo contrario: las interpretaciones de los políticos son, en sí mismas, nuevas realidades; de ahí el carácter creativo e innovador (o destructivo por autoritario) que representan las propuestas programáticas para liderar la lucha contra el hambre, los efectos negativos de la crisis climática, el matoneo escolar, la inseguridad en las calles, la renovación interminable de las ciudades o cualquier otro asunto relevante para una comunidad. Los aspirantes a cargos públicos, ante todo, son artistas, porque uno más uno no da dos cuando intervienen miles de variables y no es tan fácil distinguir uno malo de uno bueno…
La ecología, por otra parte, nos enseña que todo conjunto de entidades vivientes e inanimadas se mantiene funcional y estable dentro de ciertos márgenes (los del planeta están todos superados, sobrevivimos en los márgenes de las posibilidades), produciendo una apariencia de identidad siempre engañosa, sobre la cual nuestros cerebros pueden operar. Un paisaje comprometido por la minería, el desarrollo de infraestructura urbana o industrial o la agricultura campesina representan solo una configuración entre muchas posibles, con horizontes de estabilidad y requerimientos de gobierno muy disímiles, ninguna buena o mala a priori. Todas deben ser monitoreadas, evaluadas y continuamente ajustadas, rara vez totalmente reemplazadas. A eso llamamos “transiciones a la sostenibilidad”, un proceso continuo de mejoramiento, nunca de saboteo. Es decir, se trata de un problema de diseño en medio de la complejidad, muy malo si cae en manos de políticos que ofrecen soluciones simples, como Milei, Bukele, Maduro y Ortega, porque pertenecen al linaje del ignorantismo; fatal. El que propone manejar a la gente como a pollos, todos bajo sospecha, y diseña sus propuestas como si fueran la única respuesta para “el pueblo”, esa manera conveniente de apropiarse del desespero colectivo sin pedirle permiso a nadie.
El propósito de esta columna, obviamente, no es reducir ni capturar la complejidad de la complejidad. Por el contrario, la idea es destacar la necesidad de mantener sistemas de gobierno abiertos, generosos e innovadores y una invitación a los votantes a desconfiar de las soluciones simples que la izquierda o la derecha dogmáticas suelen proponer para problemas complejos: gobernar no es adoctrinar ni acaudillar, es proteger las condiciones para que la colectividad experimente caminos adaptativos y colaborativos hacia el mañana, con el bienestar común como bandera, por más indignados que estén.