A raíz del documental Seaspiracy, emitido por Netflix, donde se denuncian desastres producidos por pesquerías industriales en el planeta, se ha gestado un debate importante. Organizaciones dedicadas a la investigación, algunas apoyadas por empresas del sector, respondieron hace poco que en su mayor parte los argumentos del documental eran sensacionalismo basado en manoseo de los datos, interpretaciones subjetivas asociadas con las convicciones morales y estéticas de ciertos grupos de activistas, y desprecio total por una fuente de nutrición y trabajo que en el mundo evolucionó desde las pesquerías artesanales a la captura de cardúmenes con tecnología satelital y que hoy sostiene al 11 % de la humanidad.
En contraposición, IUCN y Seas Around Us, dos organizaciones ambientales muy reconocidas, critican duramente a FAO por sus reportes acerca de las pesquerías globales, mostrando las tendencias al declive de las poblaciones de peces debido a la sobreexplotación, a menudo el resultado de subsidios perversos a la industria pesquera. Vanishing Fish (Peces en desaparición, 2019), de Daniel Pauly, también hace un recuento del desastre ecológico que representan las malas prácticas. Ninguno de ellos sugiere, sin embargo, acabar con la pesca o el consumo de productos marinos, como sí parece ser el propósito del documental, sino con los malos sistemas de gobernanza del sector, que en muchos países pasan por la definición de cuotas desde los escritorios de los empresarios, no de la “autoridad” pesquera.
Hillborn y colaboradores (2020) revisaron la mitad de las grandes pesquerías del mundo y concluyeron que en aquellas donde hay manejo intensivo se han recuperado los inventarios, en contraposición con aquellas donde no lo hay. Insisten en que es en la capacidad de gobernar las relaciones socioecológicas con criterio científico donde se encuentran las respuestas, y que para ello es fundamental dejar de lado la ira, dejar de atacar personas y estar dispuestos a participar, con toda la capacidad crítica que se tenga, en el mejoramiento de las condiciones de vida (y muerte, sí) de la fauna marina que consumimos. De paso, vale la pena conocer nuestro sistema de información pesquera, el Sepec (sepec.aunap.gov.co).
Consumir salmón de granja es “inapropiado e insalubre”, dirán muchos. Comer pulpo, inhumano. Sugerir que debemos abandonar la captura sostenible, cría y consumo de invertebrados o peces, probablemente una de las mejores opciones en un mundo vulnerable, es lícito, así sea extremo, pero cada quien debe desarrollar su opinión particular acerca de las pesquerías y el consumo de productos marinos o dulceacuícolas, obviamente si está en condiciones de escoger, una opción que no existe para millones de personas en comunidades costeras o vinculadas históricamente con esta actividad. El punto es que esas elecciones están basadas en la información que recibimos y, cómo no, en las historias que la presentan: nadie lee estadísticas ni artículos científicos (mucho menos ciertos dirigentes) para definir su comportamiento o definir políticas públicas, de manera que en un mundo donde la crisis ambiental es real, cabe preguntarse si la estrategia de destruir la confianza y justificar la mentira, el viejo truco del poder, no hace más insostenible el mundo.
Si ven Seaspiracy, duden, tal como hay que hacer con la propaganda empresarial o gubernamental.