Cuando uno escucha de un pelao de siete años que en un pequeño pueblo de Boyacá se escapa de la escuela más o menos en la época del asesinato de Gaitán para iniciar una vida de aventuras que le llevarían a ser un gran empresario del carbón siderúrgico en Colombia, se da cuenta de lo mucho que han cambiado las cosas en el país y, seguramente, lo mucho que han de seguir cambiando. La historia de la minería y de los mineros en Boyacá recorre de la mano de don Miguel Parra. Más de 70 años de transformaciones sociales y ecológicas que a veces se nos escapan: parece fácil hoy, desde un mundo lleno de gente vociferante, que ha construido más derechos que deberes, exigir que la historia se detenga y que, con un gesto, una palabra, encuentre otra forma de hacer las cosas. Pero el mohín mágico de Hechizada no existe y para afrontar los efectos climáticos y ecológicos que implicó el trabajo de este empresario en su comunidad, con gran beneficio mutuo, no basta con reconocer lo que hace medio siglo nadie previó y que hoy requiere atención urgente: el cambio climático y la crisis de biodiversidad.
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En la historia compartida en su recientemente publicada autobiografía, espontánea, transparente y aguda, don Miguel me recordó una de esas voces populares con las que Alfredo Molano retrató la historia de la ruralidad, la violencia y la exclusión en Colombia. En este caso, sin embargo, el giro del destino fue otro, y lo que inició el joven picando rocas en un socavón es hoy una empresa gigantesca en Samacá, que entiende, aprovecha y afronta el momento histórico que les corresponderá vivir a sus herederos: aportar a la construcción de sostenibilidad, una nueva versión del bienestar.
La experiencia que podríamos encontrar en los relatos de cada una de las personas que han contribuido con el bienestar de sus comunidades y la sociedad contemporánea es muy importante, no tanto por el nivel de verdad o subjetividad en sus experiencias o juicios de valor individuales, sino por la evidencia de los procedimientos de inserción en un sistema más complejo de relaciones que nadie controla: el “éxito” es adaptativo y compartido, requiere saber operar en un contexto, que hoy es global. Por ello la ficción de la planificación central, presente en los liderazgos racionalistas o místicos, es más riesgosa que nunca si no se acompaña del reconocimiento de la multiplicidad de focos de control, dispersos y heterogéneos, que operan en cualquier ecosistema, no solo el de los seres orgánicos que comparten un territorio: los relatos de la pirámide trófica donde hay controladores en lo alto se desmoronan cuando los hongos y bacterias mantienen su pausada e inexorable labor de reciclar. Una nota para revisar los resultados de la elecciones suecas e italianas…
Construir prosperidad, como han hecho don Miguel y muchos otros, es un proceso colectivo, donde la sensibilidad y la capacidad de escucha se convierten en la clave de la activación de una nueva concepción del bienestar. Ojalá los mensajes de concertación y diálogo que reinan por doquier representen espacios de democracia real y no simulaciones egocéntricas de responsabilidad política, donde los dogmas pretenden instalarse gracias a las “buenas intenciones” del regente. Vale para toda clase de tiranías, que nunca son individuales, como la difunta reina Elizabeth supo expresar: sacrificando toda su libertad, mantuvo abiertas las puertas de las demás, bonita lección para otr@s que aspiran a ser coronados creyendo que van a mandar.
