En la vereda Medio Afán, en Mocoa, hay muchos motivos de zozobra. Lo que había venido siendo parte de un territorio ancestral del pueblo inga, ubicado en la ruralidad de la ciudad y al lado de la Serranía de Churumbelos, un parque nacional natural colombiano y andino amazónico tan hermoso como inexplorado, está por convertirse en una zona de expansión suburbana de las peores condiciones. La razón: la construcción de la vía perimetral que se proyecta para prevenir el paso de tractomulas, carrotanques petroleros y volquetas mineras por el medio de la ciudad, una pieza importante de infraestructura que conviene a casi todos pero que parte en dos un sitio sagrado del territorio: la casa de curación del taita Luciano Mutumbajoy, una pieza patrimonial que la ciudad no reconoce y que, por no estar ubicada dentro de un resguardo, es invisible.
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En la vereda Medio Afán, en Mocoa, hay muchos motivos de zozobra. Lo que había venido siendo parte de un territorio ancestral del pueblo inga, ubicado en la ruralidad de la ciudad y al lado de la Serranía de Churumbelos, un parque nacional natural colombiano y andino amazónico tan hermoso como inexplorado, está por convertirse en una zona de expansión suburbana de las peores condiciones. La razón: la construcción de la vía perimetral que se proyecta para prevenir el paso de tractomulas, carrotanques petroleros y volquetas mineras por el medio de la ciudad, una pieza importante de infraestructura que conviene a casi todos pero que parte en dos un sitio sagrado del territorio: la casa de curación del taita Luciano Mutumbajoy, una pieza patrimonial que la ciudad no reconoce y que, por no estar ubicada dentro de un resguardo, es invisible.
Las casas de curación de los médicos yageceros son jardines de plantas medicinales y espacios rituales de varias culturas andino-amazónicas. Las hay en todo el piedemonte del alto Caquetá, la Bota Caucana y el Putumayo y su tradición las conecta con las faldas montañosas de Ecuador y Perú, por donde se extiende la tradición del ayahuasca. No son grandes extensiones de terreno, pues se trata de predios manejados por linajes familiares de médicos tradicionales, hoy reunidos en la Umiyag (Unidad de Médicos Indígenas Yageceros). Fue creada y presidida por el mismo taita para preservar de cientos de charlatanes una de las actividades más autóctonas y significativas de Colombia: la toma ritual del yagé como medicina del cuerpo y el espíritu, que además mueve miles de personas de todo el mundo hacia la región en busca de sanación y consuelo.
Cada casa medicinal es un reservorio de biodiversidad. La autoridad ambiental regional heredó una hace varias décadas y la integró en su Centro Experimental Amazónico, un predio de 130 hectáreas que vale la pena visitar y donde Corpoamazonia creó el Museo Suruma, entre otras atracciones, para mostrar a los visitantes la riqueza de las culturas del piedemonte. El problema es que sin los taitas y las sabedoras ancestrales, los jardines se vuelven colecciones botánicas mudas.
Para empeorar las cosas, la ciudad de Mocoa dispone hace años sus residuos en predios de la misma vereda y ya olvidó las buenas prácticas y promesas de manejo de las basuras, que hoy se pudren al aire y filtran sus lixiviados directamente al río. Los habitantes de la vereda se mantienen por ello en paro e impiden la llegada de camiones que ahora no solo traen la basura de todo el municipio, sino que “les prestan el servicio” a otros, saturando con ello la capacidad de “tratamiento” de lo que pasó de ser un relleno sanitario a un botadero, el típico retroceso que muchas empresas de servicios públicos patrocinan para bajar costos y cobrar recibos cada vez más caros con cero reciclaje. Lo único que funciona en el sitio correctamente es la báscula para pesar la basura, dicen las Juntas de Acción Comunal, lideradas por mujeres combativas (y por ello amenazadas), hartas de malos olores, plagas y enfermedades de todo tipo.
Las fallas del ordenamiento territorial son tan exuberantes como la vegetación de la cuenca del río Mocoa, a donde llegan las aguas insalubres del Afán. Ojalá las vías, las mineras y petroleras que las usan, y las autoridades locales y regionales sean más sensibles a las condiciones particulares de las culturas indígenas que hoy están tristemente divididas por las promesas de prosperidad material que llegan a unos, pero no a todos. Hay que promover soluciones sostenibles y equitativas que no atenten contra el modo de vida y las prácticas ancestrales del uso del yagé: sería prueba de que entramos en otra era.