Si hubiese un atuendo que decidiera usar para salir a asustar y pedir dulces la noche del 31, sería el de molécula de metano. Y no tanto por los datos más actualizados de emisiones derivadas directamente de la actividad humana, sino por la liberación inesperada y acelerada de este gas a partir del descongelamiento del permafrost del Ártico (suelos del hemisferio norte con casi un millón de años de carbono acumulado y congelado), producido por el mismo calentamiento global; un fenómeno que añadiría 0,3 a 0,6 °C a las proyecciones climáticas actuales para el 2100, con todas sus implicaciones (Miner y colaboradores, 2022).
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El “Rastreador Global de Metano”, una iniciativa de la Agencia Internacional de Energía asociada con UNEP, ya publicó su reporte para 2025, en el cual afirma que, en total, hoy se emiten 0,12 Gt de CH4/año, que convertidas a su equivalente en CO2 (una molécula de metano equivale a 84 de carbono en 20 años) representan 10.08 Gt CO₂-eq. Se considera que “el 30 % del calentamiento global está asociado con las fugas en las industrias de petróleo, gas, carbón y biocombustibles”, aunque se estima un subreporte del 80 % debido a la falta de compromiso de los países para medirlas adecuadamente. La agricultura y el mal manejo de residuos urbanos son otra fuente crítica de metano, pero es en el sector energético donde habría más oportunidades de reducción, incluso a costo cero. Estas cifras, sin embargo, palidecen ante la proyección de la liberación potencial de 1.300 a 1.600 Gt CO2-eq, producto de la descomposición de la materia orgánica congelada entre Alaska, Rusia y Canadá, si pensamos que entre 2023 y 2024 se emitieron “solo” 42Gt de CO2 en todo el planeta.
Para añadir suspenso, otro de los efectos de la descomposición de la paleta gigante de materia orgánica, además de la eventual liberación de virus y bacterias hibernantes, es el cambio de la química de los suelos. En condiciones anaerobias (sin oxígeno) propias del subsuelo, el metano se oxida muy lentamente a partir de transformar compuestos con hierro, lo que inicialmente es bueno, aunque muy lento. Pero al final, hay mucho hierro que queda libre y alteraría toda la geoquímica planetaria al estimular, entre otros aspectos, la proliferación de microorganismos como algas del género Chlamydomonas nivalis, que tiñen la superficie nívea de color rosa o naranja, con lo cual se atrapa más calor y se acelera el descongelamiento. El fenómeno moviliza además fósforo, nitratos, arsénico, mercurio e incluso plaguicidas antiguos como el DDT. En estudios más recientes (Grewal y colaboradores, 2025) se explica cómo el descongelamiento en verano (el Ártico ya va 4° adelante del resto del planeta) activa mayor infiltración de agua que llega a capas profundas del suelo previamente nunca expuestas, con lo cual la bioquímica hemisférica comienza a cambiar. La cita más relevante es la de Webb y colaboradores (julio de 2025), quienes se refieren a la necesidad urgente de entender bien procesos como el “deshielo abrupto”, que estaría generando un nuevo paisaje subterráneo en las latitudes más septentrionales: un queso “gruyere” (termokarst) que no es de rocas alpinas sino de fango y hielo, que ya empieza a colapsar, los satélites no mienten.
Algo de esperanza para cambiar el disfraz del Halloween climático proviene de los árboles gigantes del Amazonas, que parecen estar creciendo más rápido de lo común, en respuesta a las mayores concentraciones de CO2 y mayores temperaturas. Pero para consolidar una tendencia positiva al respecto, habría que detener la deforestación y restaurar las selvas. Triqui, triqui…