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“Indiecitas”

Brigitte LG Baptiste

09 de julio de 2020 - 12:00 a. m.

Es tan profundo el racismo en Colombia que el abuso sexual de niñas indígenas es apenas un asunto marginal, una serie de eventos desafortunados que se naturalizan e investigan como faltas al comportamiento, delitos menores, accidentes del servicio; tan animalmente primitivo el hecho, tan persistente el etnocidio, tan evidente la insensibilidad.

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A eso llevan las guerras, podría decirse para insistir en la necesidad de fortalecer la paz, de ese “otro mundo posible”, pero los hechos denunciados no se dieron en ese ámbito. La evidencia recogida por Jineth Bedoya identifica una práctica continuada y casi consensuada, una rutina seguramente conocida por todos los habitantes de las regiones, si acaso un tema de conversación dominical en el parque bajo el calor de la cerveza. Así son las cosas, es lo que corresponde, con resignación y tristeza, indiferencia o profunda indignación; las “indiecitas”, que le sobran a todo el mundo porque “salieron del monte” con sus abuelas y abuelos hace nada, ratifican todas las razones de los pueblos indígenas no contactados y nos hacen mirarlos, si lográramos alzar la mirada, con la expectativa de que nunca lo hagan.

Puede que la ley nos haga recuperar algo de dignidad ante los eventos, puede que la verdad sirva para repararlos en algo. Puede que ellas y sus hijos sean acogidos por el Estado, alguna iglesia, alguna ONG. Pero la desolación que se produce tiene que llevarnos mucho más allá: las miradas avergonzadas de los soldados que no alcanzan a entender hasta dónde llega lo terrible de su comportamiento también estarán ahí y sus desaforadas cadenas perpetuas serán totalmente inútiles porque nadie estará con ellos para reflexionar sobre las implicaciones de sus actos, la evidencia de la miseria humana de muchas instituciones, lo corto de nuestra ética.

La violencia sexual contra las mujeres, los niños, las niñas y la comunidad LGBT es un terrible patrón que revela las limitaciones de un modelo educativo que insiste en que seamos buenos en matemáticas (tampoco lo somos) y con eso salir a ser ciudadanos. Las limitaciones de un modelo que deja la reflexión acerca de la sexualidad al azar, siendo una de las fuerzas fundamentales tras la construcción de cualquier cultura, de los acuerdos de convivencia gozosos, de la creatividad e incluso, en menor grado, de la reproducción biológica. El machismo, rampante como epidemia, surge por todas partes, se transmite sin palabras, no distingue naciones, se hereda y en las escuelas se trata como un mal menor, una enfermedad mental leve que cada familia debería saber administrar, una dolencia que incluso tiene su lado positivo y lo hace permisible, administrable. ¿Cómo defender la patria y los “valores” sin el “carácter”? ¿Cómo administrar el mundo sin la disciplina de la masculinidad? ¿Cómo planear el futuro, las empresas, las instituciones, sin la asertividad y clarividencia de una mente libre de “conflictos hormonales”?

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“Ideología de género” se atrevieron a llamar el propósito de construir una agenda pública para garantizar la reflexión social acerca del machismo y las múltiples violencias que conllevan tanto dolor y frustración en la represión, todo lo que finalmente se expresa en el pago de cinco o diez mil pesos por violar a una menor de edad y no darse cuenta de lo que significa. Porque esa mirada del violador, un soldado que realmente está arriesgando su vida (¡en nuestro nombre!), representa, insisto, un estruendoso fracaso de nuestra cultura.

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