No hay nada más torpe que apostarle al conflicto tercerizado como mecanismo para redistribuir las fuerzas del poder: siempre el perro bravo acaba mordiendo al dueño y sacándolo a correr. Pero a los “asesores” de muchos funcionarios, empresas o comunidades no parece preocuparles eso, como en la perturbadora serie La periferia (Amazon Prime, 2022, sobre la novela de William Gibson, 2014), con su labor logran que el Gobierno acabe en manos de clanes de mafiosos y sus inteligencias artificiales, que no están propiamente diseñadas para hacer ensayos académicos.
La reciente toma comunitaria del Parque Nacional Utría, en Chocó, con su tala de bosques protegidos y la expulsión violenta de funcionarios, con el argumento de que el abandono estatal tocó techo, solo demuestra el “papayazo” que se está dando a bandas criminales en todos los frentes prácticos de la realpolitik: en el país de la biodiversidad, donde las inversiones en conservación también son ridículas, atacar los esfuerzos de protección ambiental con el argumento de que son estrategias de la aristocracia es una guerra de clases donde las clases no están. Porque a las comunidades las empujan los narcotraficantes y extractores ilegales de oro que atacan al Estado (y causan la erosión que se lleva las poblaciones ribereñas), sin importar quién lo gobierne. Los oportunistas juegan con la idea de que se pueden utilizar esas fuerzas para promover el cambio, como si las mafias de hoy fueran a hacer mejor la tarea de los gobiernos.
En muchas partes del país, ni siquiera “pegó” una Constitución garantista como la del 91. La gente, arrinconada, muerde la primera mano que se acerca y la frustrada interculturalidad acude al fantasma del colonialismo, pues el Estado carece de la legitimidad para promover actos de buen gobierno. La mano de Parques Nacionales Naturales es flaca, lamentablemente, aunque administra tierra… el botín final de la guerra medieval que padecemos. Otros muchos se ofrecen a prestar el servicio, eso sí, mucho menos amables que la DIAN en su política tributaria o, chiste cruel, que el Esmad en la de contener los disturbios: al final, la eficiencia de la visión Bukele-Ortega es la única que pareciera promisoria para restituir una parodia de república. Así cayó Arauca; digo, Roma.
El mantenimiento de la democracia en Colombia, representado por el cuidado de sus instituciones formales, más que de los símbolos y las narrativas mercantiles, patrioteras o religiosas, requiere actos que las apuntalen. Si los grupos civiles indignados expulsan a patadas a los guardaparques (en el arco amazónico fueron los fusiles disidentes), el precedente es fatal. El PNN Tinigua hace rato perdió más del 30 % de sus selvas a manos de proyectos de colonización dirigida, Macarena resiste porque el espíritu del jaguar es grande y el Ruiz, porque hace erupción. En el caso de Utría, la presencia rápida y eficaz de la ministra Muhamad fue fundamental para devolver la gobernabilidad al Parque Nacional. Pero el precedente queda y la cicatriz impulsa a reflexionar acerca del modelo de conservación de un país sin visión compartida, no impuesta, de su territorio, y para lo cual lo silvestre aún es fundamental. Lotear las áreas protegidas no hace reforma agraria, talarlas no crea bioeconomía y patear a funcionarios del Gobierno solo crea esa clase de institucionalidad: la del manejo del mundo a las patadas. Entre tanto, la computación cuántica asociada con la IA redibuja los poderes del planeta…