Mientras se discute en Colombia una ley para la prohibición de los transgénicos (amparada en la sentencia T-247/23), las tecnologías de modificación de DNA (CRISP) parecen ofrecer la mejor alternativa para salvar los anfibios del planeta. Léase todas las ranas, salamandras y cecilias afectadas por la durísima epidemia que ha exterminado más de 90 especies, causada por una cepa del hongo Chytridium, que destruye la capacidad de respirar por la piel en este gigantesco grupo de animales, del cual Colombia posee 927 especies, lo cual nos hace el segundo país más rico del mundo.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
En la reciente premiación de proyectos innovadores de conservación del Futurefornature.org, una organización sin ánimo de lucro vinculada con el Zoológico de Arnhem en Holanda, el jurado internacional, además de reconocer el trabajo de seguimiento a osos andinos de Ruthmary Quilla en los bosques de niebla del Parque Nacional Manu de Perú, y de las propuestas culturales de Kumar Paudel en Nepal para que las comunidades dejen de consumir pangolines (la gente cree que son un tipo de peces “terrestres”, por sus escamas), se premió la propuesta audaz de Thomas Waddle, de Australia, para intervenir la genética de los anfibios identificando los genes que podrían incrementar la resistencia inmunológica al hongo en toda la taxa, es decir, un tipo de “vacuna” capaz de ayudar a centenares de especies en peligro crítico de extinción. La UICN (Unión Internacional para la Conservación) destacó en 2019 los riesgos y potenciales de esta perspectiva, una medida que podría considerarse como el último recurso para evitar la hecatombe que ya se está viviendo. No sobra mencionar que las tecnologías de edición genética ya están ayudando incluso a curar graves enfermedades en humanos, la más reciente a KJ Muldoon, un bebé de nueve meses condenado por una grave deficiencia en el metabolismo del nitrógeno.
En Colombia, la epidemia significa un riesgo gigantesco para nuestra biodiversidad. Algunos centros de investigación, como el acuario del centro Explora están criando ranitas de la Sierra Nevada de Santa Marta, aparentemente resistentes al hongo, con la esperanza de reintroducirlas en el futuro en sus ambientes silvestres. Sin embargo, el esfuerzo es monumental y difícil de replicar por los costos de estandarizar la crianza o la aceleración de su reproducción en cautiverio, más el seguimiento genético requerido para certificar “ranitas libres de Chytridium”. Si se lograra modificar el genoma anfibio, se abrirían por demás inmensas posibilidades para abordar otras epidemias que, si bien no han sido causadas directamente por los seres humanos, sí se han expandido y ensañado con sus hospederos gracias al comercio internacional y el calentamiento global.
El consenso científico hasta el momento apunta a que el uso de tecnologías de edición de DNA o “transgénicas” no han derivado en el apocalipsis previsto, por lo cual vale la pena considerar las propuestas del joven conservacionista, sin dejar de mantener las alertas sobre el uso de las nuevas tecnologías, bajo la premisa de que existen potenciales efectos imposibles de prever en experimentos que nunca se han desarrollado en el planeta, incluida nuestra presencia, valga la pena recordar.
Para mayor ilustración, se pueden revisar artículos como “Transgenic animals and their applications: A review” (2025), de JB Shedge y colegas, o el “Consensus Document of OECD on Environmental Considerations for the Release of Transgenic Plants” del 2023.