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Sinergia de clases

Brigitte LG Baptiste

11 de mayo de 2023 - 09:00 p. m.

La ingenuidad es por lo general una peste. Sin embargo, a veces las consideraciones más simples permiten reacomodar algunas concepciones que, por su peso histórico y simbólico, se han convertido en piedras angulares… o anclas del pensamiento. Desde la ecología, por ejemplo, se han hecho pocos intentos para revisar las doctrinas marxistas o neoliberales clásicas a fondo, pues normalmente han sido los economistas o filósofos quienes han planteado su lectura de “lo ecológico”, apropiado hoy por sectas energúmenas, en vez de los propios representantes de una disciplina sólida y epistemológicamente exigente.

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Un ejemplo de ecología incompleta proviene del sociólogo John Bellamy Foster (Marx’s Ecology, 2000; What Every Environmentalist Needs to Know About Capitalism: A Citizen’s Guide to Capitalism and the Environment, con Fred Magdoff, 2011), quien incorpora cierta visión de la disciplina en una revisión más moderna de las políticas sociales y ambientales del siglo XX, a partir de la cual sostienen que el capitalismo, tal como lo presentan, es incompatible con cualquier versión virtuosa de un ecosistema con humanos, en la medida que “parte de una teoría del valor antropocéntrica, codiciosa y egoísta que busca la maximización de las eficiencias en la apropiación, extracción y transformación de todo, que considera recurso”, incluida la gente (mi paráfrasis). Pocos parecen querer entender de ecología más allá de lo que conviene, por lo cual su crítica al “capitaloceno” es una narrativa global genérica llena de grandes revoluciones ecosociales materialmente inviables, en una sociedad que evoluciona rápidamente en escenarios complejos, replanteando a fondo el significado de conceptos como rentabilidad, bienestar, inclusión y sostenibilidad.

¿Será posible un régimen ecológico donde lo humano encuentre un lugar para vivir sabroso y con justicia, de verdad, sin tener que exportar o prescindir de media humanidad, o construir muros atroces? ¿Hay un “buen Antropoceno”? Una particular vertiente de ingenuos afirma que el mundo ha cambiado tanto que ya no tiene sentido el ideario sesentero, un destilado de las revoluciones de principios del siglo tan revenido como la idea plana y ofensiva del desarrollo, con las que nos criaron y recolonizaron. Las soluciones pasan por otra parte, insiste el profe Julio Carrizosa (¿Cómo vivir bien en un mundo complejo?, 2022, ed. de su bolsillo), porque, aunque sabemos que la deuda social sigue siendo monumental, no somos cínicos, ni complacientes: insistimos desde ese centro inconcebible tanto en la inutilidad de todas las violencias como de los discursos megalómanos. Vamos a calmarnos y, luego, a conversar e innovar: no puede ser que tanto talento humano no sea capaz de concebir mejores reformas, más allá de buscar imponer unas. El cambio forzado atrae el péndulo fatal, como acaba de suceder en Chile.

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Hablemos de una minga seria, intercultural, incluyente, porque hay que construir un mundo, no solo un rancho: la única opción ante la crisis climática es la cooperación de toda su fauna, flora y su funga, de la cual, por supuesto, todos hacemos parte. Solo la conciencia de la complejidad que se asocia con las diferencias radicales en diálogo será capaz de proyectar la sociedad hacia un mundo viable, donde las diversidades nos salven y tal vez podrían existir otras sinergias, en unas APP inspiradas en E. Ostrom, quien sí trabajó de cerca con la ecología e intuyó en las relaciones colaborativas de todos los seres vivientes la fuerza adaptativa más significativa del planeta, que Darwin dejó pasar ante el peso avasallador del sino de sus tiempos.

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