Si hubiese alguna especie alienígena criando humanos en este planeta tal vez podríamos aceptar, en aras de la conversación, que se hablara de la raza. Al fin y al cabo, seríamos un producto de su particular zootecnia, que habría puesto cuidado en favorecer tal o cual color de piel, estructura corporal, grado de churco o tamaño de nalga. Pero como hasta el momento nadie reclama la genialidad de producir humanos domésticos para adornar algo, acompañar abuelos o desarrollar ciertas tareas específicas como pastorear moluscos, hacer memes o gobernar gentes, ni modo: no aplica el concepto. Entre los humanos no hay razas, no se habla de razas, ni siquiera para hacer chistes irónicos o pretensiosamente reivindicativos. Somos una sola especie, producto de una evolución que nos resulta a veces más difícil de entender que el acto creativo de una divinidad, que, en tiempos de culpa, tuvo que volver a ser maternal, para perdonarnos lo imperdonable: ahí estamos, en el Día de la Madre Tierra…
Lee este contenido exclusivo para suscriptores
Terrícolas
25 de abril de 2024 - 09:05 a. m.