Si hubiese alguna especie alienígena criando humanos en este planeta tal vez podríamos aceptar, en aras de la conversación, que se hablara de la raza. Al fin y al cabo, seríamos un producto de su particular zootecnia, que habría puesto cuidado en favorecer tal o cual color de piel, estructura corporal, grado de churco o tamaño de nalga. Pero como hasta el momento nadie reclama la genialidad de producir humanos domésticos para adornar algo, acompañar abuelos o desarrollar ciertas tareas específicas como pastorear moluscos, hacer memes o gobernar gentes, ni modo: no aplica el concepto. Entre los humanos no hay razas, no se habla de razas, ni siquiera para hacer chistes irónicos o pretensiosamente reivindicativos. Somos una sola especie, producto de una evolución que nos resulta a veces más difícil de entender que el acto creativo de una divinidad, que, en tiempos de culpa, tuvo que volver a ser maternal, para perdonarnos lo imperdonable: ahí estamos, en el Día de la Madre Tierra…
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Si hubiese alguna especie alienígena criando humanos en este planeta tal vez podríamos aceptar, en aras de la conversación, que se hablara de la raza. Al fin y al cabo, seríamos un producto de su particular zootecnia, que habría puesto cuidado en favorecer tal o cual color de piel, estructura corporal, grado de churco o tamaño de nalga. Pero como hasta el momento nadie reclama la genialidad de producir humanos domésticos para adornar algo, acompañar abuelos o desarrollar ciertas tareas específicas como pastorear moluscos, hacer memes o gobernar gentes, ni modo: no aplica el concepto. Entre los humanos no hay razas, no se habla de razas, ni siquiera para hacer chistes irónicos o pretensiosamente reivindicativos. Somos una sola especie, producto de una evolución que nos resulta a veces más difícil de entender que el acto creativo de una divinidad, que, en tiempos de culpa, tuvo que volver a ser maternal, para perdonarnos lo imperdonable: ahí estamos, en el Día de la Madre Tierra…
Celebramos la efeméride, tal vez una de las más antiguas y memorables del mercadeo multilateralista contemporáneo en medio del día de la lucha contra los alimentos enlatados o el del tatuaje tradicional inca, en la medida que ha venido creciendo la conciencia de nuestra condición terrena, o terráquea, si se quiere, la única que genuinamente nos equipara a todos, todas y todes, tanto como la muerte. Porque incluso Putin o Netanyahu comparten mi condición genoplanética, así crean lícito arrasar con todo. Polvo criminal son. Pero no me distraigo y retorno a la celebración preguntando qué clase de madre planeta es este que habitamos hoy en día, tras dos o tres millones de años de pretendida conciencia y luego de innumerables civilizaciones y una demografía explosiva que, por la ironía de los sistemas complejos, declina, aunque demasiado lentamente, demasiado torpemente como para no dejar de temer un desenlace trágico para nuestra especie y otras miles, en este siglo. La sexta extinción es un hecho, pero con la buena noticia de que, al menos en Colombia, y en contra de toda razonabilidad, solo sabemos del patico zambullidor, a ciencia cierta. Claro, las listas rojas son terribles y la deforestación rampante y la contaminación estarán acabando con especies aún antes de conocerlas.
La Tierra envejece con sus pulgas, pero estas avanzan al menos en la producción de un sistema de comunicación planetaria que promete (¿sueña?) elevar los niveles de conciencia colectiva lo suficiente como para que tratemos de dejar de comportarnos como malos parásitos, que son los que consumen a su anfitrión antes de tener a dónde saltar seguros. Ahora que sabemos que incluso los insectos poseen sentido de sí mismos y aprenden, nos queda un poco de esperanza. También envejecemos, como especie capaz de segregar cultura, como los chinches apestosos para sobrevivir, y ello nos convierte en candidatos a tiempo extra sobre el planeta, aunque no logremos imaginar bajo qué forma. Pero las metamorfosis ya están inventadas, hay que inspirarnos en ello.
Para rematar este homenaje al planeta un poco surreal y literalmente kafkiano de cucarachas conscientes (Periplaneta spp.), llega a la Feria del Libro de Bogotá Planta sapiens (Ed. Planeta, lo juro), del filósofo murciano Paco Calvo, donde se revelan los secretos de la inteligencia vegetal, y se cierra el círculo que el animalismo tejió con pretensión de superioridad moral: el bosque escucha, el manglar atiende, la sabana recuerda. La lechuga nos mira, sus hojas aún vivas en el plato. A conectarse pues a la Matrix, porque nuestra condición terrícola nos ha revelado la terrible soledad del humano orgánico, el invento más paradójico de la madre Tierra. Tan tierna ella.