Contra la corrupción

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Camilo Camargo
27 de octubre de 2019 - 05:00 a. m.
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Hace unos meses salió un artículo en una revista escrito por Juan Parra que hablaba sobre “pequeños actos de corrupción”. Ese artículo mencionaba que nuestra sociedad colombiana ha llegado a aceptar, como parte del paisaje, una gran cantidad de acciones que contribuyen aún más al caos en el que vivimos en nuestro país. Algunos de los ejemplos que cita el autor incluyen los colados en Transmilenio, el pago incompleto de seguridad social de empleados, el hacer doble o triple fila en las calles para evitar el trancón, entre otros.

De la misma manera, he tenido varias conversaciones con personas que me comentan que ven este país como un proyecto inviable. Esto, dado el grado de corrupción que permea la política, la justicia y diversos sectores de la industria, entre otros. Esa inviabilidad es desesperanzadora para los jóvenes con los que trabajamos día a día. Estos jóvenes están buscando referentes, ejemplos a seguir, que tengan como guía valores claros y principios que busquen el bien común sobre el bien individual. Y, desafortunadamente, para esta generación hay pocos referentes que valga la pena seguir. Ahí es donde entran nuevamente los valores que debemos inculcar a diario, en cada acción que hacemos.

Si aceptamos la corrupción pequeña en nuestra cotidianidad, fácilmente permitimos lo que ocurre a gran escala. No hay corrupción pequeña, y como sociedad debemos condenar todos los indicios de este fenómeno a los que estamos expuestos, desde pasarse un semáforo hasta robarle al Estado. La única manera en que podemos evitar que nuestros jóvenes lleguen a esa corrupción a gran escala es que modelemos siempre bien desde las acciones que hacemos en lo cotidiano. Con las acciones de menor escala podemos pensar que no pasa nada y nos justificamos siempre en nuestro bien personal, sin contemplar que esas acciones aparentemente pequeñas no solo están generando malos modelos, sino perjudicando a otros. Esto a su vez genera ciclos negativos ya que como todo el mundo lo hace, ¿por qué yo no?

Nuestra responsabilidad empieza con la coherencia en las acciones cotidianas, basadas en principios y valores de honestidad y respeto, que permitan formar de una manera clara mediante el ejemplo. Pero modelarles solo a nuestros hijos o estudiantes no es suficiente. También debemos ser modelos para el vecino y para los demás en cuanto al respeto a las normas y el actuar de manera honesta. También se trata de no celebrar al vivo que logró sacar partido o que dio un soborno para evitar una multa, sino más bien ir generando la conversación de cómo entre todos podemos cambiar nuestras acciones y la cultura. Es responsabilidad de todos contribuir a que Colombia sea un país viable.

Esta es una labor bien difícil cuando tenemos una cultura que acepta todos esos actos de corrupción. Sin embargo, la cultura se puede cambiar, y es entonces cuando nuestra contribución es de suma importancia.

Uno de los grandes retos en este proceso tiene que ver con identificar acciones inconscientes que hacemos a diario que contribuyen a esa corrupción. Acciones como decirle a un niño que diga que no estamos para no recibir una llamada telefónica o pasarnos un semáforo en rojo ya que “no hay nadie viendo” envían un mensaje cruzado a los jóvenes que están en proceso de formación.

Si bien la corrupción a toda escala tiene que ser repudiada por la sociedad, el cambio tiene que partir de cada acción que llevamos a cabo y en los referentes y modelos que están viendo los jóvenes día a día.

Para ellos, tener un modelo claro del comportamiento deseado es un primer paso. Debe seguir el que los jóvenes sean conscientes de esas acciones que contribuyen a la corrupción en sus vidas, incluyendo temas como copias en tareas o evaluaciones o el decir mentiras. Y consecuente con esta consciencia viene la elección responsable de alejarse de esos actos de corrupción para poder contribuir al cambio de cultura donde dejen de existir estas acciones. Por último, está la importancia de la sanción social, donde todos nos pongamos de acuerdo en repudiar acciones corruptas pequeñas o grandes. Poco a poco, todo esto va generando una cultura donde los jóvenes empiezan a convertirse en los individuos que toman las decisiones a gran escala y que logran, basados en la honestidad, cambiar las prácticas y los enfoques, para que logremos un país viable.

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