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En el siglo XVI, Michel de Montaigne escribió un ensayo titulado “Sobre la educación de los niños”. En este ensayo, Montaigne presenta varias ideas que aportan en el debate de qué es lo más importante de la educación. Entre las ideas más relevantes que presenta en su ensayo, quiero destacar una metáfora que indica que los estudiantes son como las abejas, que toman néctar de múltiples flores y luego producen su propia miel.
Las ideas presentadas por Montaigne en el siglo XVI siguen siendo válidas hoy en día. Es más, este ensayo podría aceptarse tal cual si fuera escrito en pleno siglo XXI. El autor francés habla sobre la importancia de que la educación esté centrada en el estudiante y no en el profesor. El proceso de educar requiere que cada estudiante sea el aprendiz, y el rol del docente debe ser darle las herramientas y las posibilidades para aprender.
Montaigne va más allá, al decir que el objetivo no debe ser el saber sino el ser. En pleno siglo XXI, el conocimiento no es el fin de los procesos educativos. Nuestra responsabilidad como educadores va dirigida a que cada estudiante pueda lograr conocerse mejor, acceder al conocimiento de manera crítica y construir con su conocimiento su propio entendimiento del mundo.
El pensador francés también habla sobre la importancia de que los estudiantes puedan vivir y experimentar otras culturas y no quedarse únicamente en aprender en un libro sobre estas. Allí menciona que los jóvenes deben compartir frente a frente esos aspectos culturales que los harán ciudadanos globales.
Estoy de acuerdo con el escritor francés en que el propósito de la educación va mucho más allá de solo el conocimiento. Allí es donde surge el concepto de una educación integral, que nutra la mente y que ayude en la formación de todo el ser. En el mundo tan polarizado donde vivimos, muchas personas solo miran la situación desde una perspectiva y no se dan la oportunidad de ampliar su comprensión sobre una situación. Muchas veces la emoción tiene más peso que la razón. Por esto, una educación integral permite a los estudiantes ser conscientes de la emoción, pero no dejar que toda su razón se quede en esa emoción.
Volviendo a la metáfora con la que arranqué, las “flores” de donde nuestros estudiantes sacan el néctar tienen que ser diversas. Incluir experiencias vivenciales es fundamental, además de combinarlas con discusiones y reflexiones sobre lo que cada uno es y a la larga identificar nuestras responsabilidades como ciudadanos. La miel más dulce será la que es producida por personas que entienden su contexto y el mundo, tienen la capacidad de identificar los problemas y van más allá al ayudar a proponer soluciones prácticas. Como educadores tenemos gran responsabilidad de ofrecer múltiples flores para que cada estudiante tome el néctar de cada una y a la larga sea capaz de producir la mejor miel del mundo.
