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Lo que se aprende por fuera del aula

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Camilo Camargo
23 de octubre de 2025 - 05:02 a. m.
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Hace unas semanas tuve el privilegio de acompañar a un grupo de estudiantes de mi institución en una caminata por la Serranía de la Macarena. Fue una experiencia inolvidable, no solo por la majestuosidad del paisaje, sino por todo lo que implicó salir con jóvenes a conocer, caminar, preguntar, escuchar y compartir. Desde el primer momento, el viaje nos sumergió en una región que parece hecha de magia: Caño Cristales con sus colores imposibles, el raudal de Angosturas con su fuerza descomunal, y una biodiversidad que no cabe en ninguna guía turística.

Pero además de la riqueza natural, lo que más nos sorprendió fue la hospitalidad. Fuimos recibidos con calidez por familias campesinas que nos abrieron sus casas y nos hablaron de su vida; por lancheros expertos que nos guiaron entre corrientes y meandros; por los funcionarios de Parques Nacionales y de la Corporación Autónoma que compartieron con pasión su región y por unos guías preparados y con muchas ganas de compartir sus conocimientos y experiencias. La oferta turística está muy bien estructurada y pensada para proteger el entorno y educar al visitante. Hay un equilibrio notable entre conservación y turismo responsable, algo que ojalá se pudiera replicar en muchas otras regiones del país.

A medida que avanzaba la travesía, me fue quedando claro que lo que estábamos viviendo era mucho más que una salida escolar. Era, sin exagerar, una verdadera experiencia educativa. No de esas que se planean con rúbricas y se evalúan con números, sino de las que transforman. Ver a los estudiantes fuera del aula, enfrentando retos físicos, tomando decisiones, ayudándose entre ellos y adaptándose a un entorno completamente distinto al habitual, me hizo pensar en lo valioso que es sacar el aprendizaje de los muros del colegio y llevarlo al mundo real.

Salir de la zona de comodidad les permitió redescubrirse. Vi estudiantes tímidos tomar la palabra para guiar al grupo, otros que solían evitar el esfuerzo físico llegar hasta el final de la caminata con una sonrisa. Hubo conversaciones profundas bajo la sombra de un árbol, risas compartidas sobre una hamaca y momentos de silencio en los que simplemente se admiraba el paisaje. Estas vivencias no se diseñan; suceden. Y cuando suceden, dejan huella.

La investigación sobre educación al aire libre confirma lo que sentimos durante ese viaje. Estudios recientes muestran que aprender en contacto con la naturaleza tiene efectos positivos en múltiples dimensiones del desarrollo infantil y adolescente. No solo mejora el aprendizaje académico —porque se aprenden mejor las ciencias al verlas en acción, o se escribe mejor cuando se ha vivido algo digno de narrar— sino que tiene un impacto profundo en la atención, la memoria, la motivación y el pensamiento creativo. De hecho, se ha encontrado que después de pasar tiempo en entornos naturales, los estudiantes presentan mayores niveles de concentración, incluso en los espacios más estructurados como el aula.

Más allá del rendimiento, lo que más resalta es el efecto que estas experiencias tienen en el bienestar emocional y la formación del carácter. Estar en la naturaleza reduce el estrés, mejora el estado de ánimo y fortalece la resiliencia. Los estudiantes se enfrentan a desafíos reales —el cansancio, la incertidumbre, el trabajo en equipo, la necesidad de adaptarse— y al superarlos, se transforman. Se fortalece la autoestima, crece la autoeficacia y aparece un sentido de identidad más claro. La educación al aire libre, bien pensada y acompañada, se convierte en una oportunidad para el autoconocimiento, la autorregulación, la lectura del contexto y la autogestión. Justo lo que más necesitamos desarrollar en nuestros jóvenes hoy.

Y algo maravilloso ocurre cuando se vive esto en grupo: los vínculos se profundizan. Hay algo en compartir una caminata larga, en ayudarse con la mochila o en cocinar juntos mientras llueve que une de una forma distinta. El grupo se consolida porque vive algo nuevo, inesperado, desafiante. Y esa vivencia común se convierte en un punto de referencia que perdura mucho más allá del viaje. Tanto así que cuando veo exalumnos del colegio, lo que más recuerdan son estas experiencias fuera del aula.

Los beneficios, además, no son pasajeros. Algunas investigaciones han encontrado que los efectos positivos de estas experiencias se mantienen en el tiempo, incluso años después. El contacto prolongado con la naturaleza, en programas que duran varios días y que están bien estructurados, tiene un impacto duradero en la identidad, el bienestar y las habilidades socioemocionales de los estudiantes. También se ha demostrado que hay una transferencia de habilidades: los jóvenes que participan en estos espacios desarrollan mejor la cooperación, la resolución de conflictos y la comunicación en otros contextos de su vida.

Volviendo de la Macarena, traíamos más que fotos y recuerdos. Traíamos una certeza: la educación necesita más mundo. Necesita menos PowerPoint y más experiencia; menos simulación y más contacto. Necesita que los estudiantes no solo sepan sobre biodiversidad, sino que caminen entre palmas y ceibas. Que no solo hablen de historia, sino que escuchen las historias de quienes han vivido décadas en una misma vereda. Que no solo discutan sobre sostenibilidad, sino que comprendan lo que significa conservar un ecosistema desde el territorio.

Las salidas fuera de la institución no son simples complementos. Son parte esencial de una formación que pretende ser integral, significativa y transformadora. Si queremos educar ciudadanos que sean empáticos, creativos, resilientes y comprometidos, necesitamos darles la oportunidad de salir, ver, tocar, convivir, adaptarse y maravillarse. La escuela debe abrir sus puertas, no para que los estudiantes salgan del sistema, sino para que el mundo entre en la educación.

Después de todo, hay aprendizajes que solo ocurren cuando uno está al borde de un río, con los pies mojados y los ojos abiertos.

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Iliana(21165)23 de octubre de 2025 - 11:41 p. m.
De acuerdo, la naturaleza enseña. Y salir en grupo y sortear diferentes aspectos siempre creo trae sentimiento de comunidad, libertad, reconocerse uno mismo y vivir la naturaleza. Siento que esos momentos son de gran crecimiento personal.
Melmalo(21794)23 de octubre de 2025 - 02:30 p. m.
Absolutamente de acuerdo,es necesario el contacto cercano con la naturaleza pues somos parte de ella,no vinimos al mundo para ser encerrados entre paredes de concreto,para mí fortuna pasé la mayor parte de mi vida escolar en ambientes rodeados de naturaleza y todavía busco estar cerca de ella,es lo mejor para una vida tranquila.
Elcy CORRALES(11109)23 de octubre de 2025 - 01:00 p. m.
Maravillosa columna a la que adhiero por muchos años de experiencia propia.
Rosdel(57807)23 de octubre de 2025 - 12:57 p. m.
Genial! Lo viví como docente! Ahora después mi retiro, quince años, recibo mensajes de recomendación Y gratitud. Experiencias que marcan…!
Dagoberto Chavarro(51763)23 de octubre de 2025 - 12:39 p. m.
Educación al aire libre, de puertas afuera. Valioso su testimonio y las reflexiones que lo acompañan. Todo un tratado pedagógico acerca e lo que significa aprender en contextos reales. El contacto con el medio, como lo señala usted, posee la virtud de generar empatía, solidaridad, asombro y alegría a montones.
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