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Más autenticidad y menos perfección

Camilo Camargo
28 de marzo de 2023 - 02:00 a. m.

Los padres de familia de hoy creemos que nuestro trabajo es en últimas lograr que nuestros hijos sean perfectos a los ojos de la sociedad. Que sean tenistas, que sean futbolistas, que naden, que aprendan idiomas, que vayan a la mejor universidad, que sean los mejores estudiantes, que estén llenos de amigos y que no cometan ningún error. Y cuando no son perfectos nos frustramos y los frustramos a ellos, porque no están cumpliendo la expectativa. ¿Ese es en realidad nuestro trabajo? O más bien nuestro trabajo es valorar quienes son, amarlos y enseñarles a que ellos se quieran así como son porque como ellos son, son maravillosos. Ojo, eso no tiene nada que ver con los límites que todos los niños y jóvenes necesitan; no tiene nada que ver con que todas las acciones valen; no tiene que ver con el mensaje que el esfuerzo y la dedicación nos hacen crecer, tiene que ver con que la autenticidad de cada uno, ese sello que todos tenemos, eso que nos hace únicos, la debemos proteger a toda costa.

¿Por qué es importante la autenticidad? Cuando uno valora y permite que los hijos sean como ellos son, tienen una mejor concepción de sí mismos, no hay nada que los haga sentir menos o inseguros, no buscan la validación de otros para actuar. Una cosa es que nos consulten sobre decisiones importantes o que nos miren buscando aprobación sobre algo que tal vez está quebrando los límites porque los están aprendiendo, pero otra es que sean lo que nosotros esperamos que sean. Un niño o joven que sabe quién es y es valorado por eso navega por el mundo con mayor seguridad, toma mejores decisiones y se relaciona mejor. Para conectar con las personas definitivamente hay que ser uno mismo y no pretender agradar y ser alguien con quien uno no se siente cómodo. Cuando los demás saben quien es uno, saben qué esperar y nos quieren así como somos. Cuando somos auténticos no tenemos problema en mostrar nuestras emociones y aprenderlas a gestionar. En este sentido, nuestro trabajo como padres no es mirar a nuestros hijos desde la perfección sino desde lo que cada uno es. Solo así podremos ayudarles y darles herramientas para crecer en el mundo que los rodea.

Si pretendemos que deben ser perfectos y nuestros hijos se montan en ese tren, les va a costar mucho aprender a resolver conflictos (porque ellos siempre tienen la razón), trabajar en equipo (porque ellos todo lo pueden hacer), tener una relación duradera (porque nunca nadie va a estar a su altura), encontrar una vocación (porque ellos son buenos para todo), ser felices (porque no saben qué les hace felices). Y cuando nuestros hijos no se montan en el tren de la perfección, porque están luchando con que los dejemos ser, el día a día se convierte en una lucha constante, en un desgaste de la relación, en una mala percepción de ellos mismos por no ser quienes se supone que deberían ser y en consecuencia en muchos situaciones que pueden afectar la salud mental.

Qué mejor regalo para entregarles a nuestros hijos que dejarlos ser. Por supuesto está bien exponerlos a todo lo que más podamos para que no se queden en su zona de confort por temor a equivocarse, pero dejarlos ser auténticos en su manera de ser, en sus intereses, en su forma de pensar y de ver el mundo, en sus decisiones. Esto no se trata de habilidades. El espectro es más amplio, pues una habilidad se adquiere con el tiempo, no siempre se nace con ella. Es más profundo que eso. Es como una persona nace, observa a su alrededor, está expuesta a diferentes entornos, va sacando a flote su personalidad y va tomando elecciones. Nuestro papel como padres es ir acompañando la salida de la personalidad y esa toma de decisiones para que no se atropellen a sí mismos ni a los demás y puedan convivir tranquilamente en sociedad. También para que vayan maravillándose con el mundo y vayan encontrando a aquellas personas y actividades que los van a hacer sentir plenos y felices desde su esencia. Nuestro papel tampoco es entonces escoger a los amigos, según lo que nosotros somos o creemos que es mejor. Ellos los deben elegir desde esa autenticidad que los caracteriza. Aquellos con los que se sientan más cómodos, que les permitan ser quienes son sin juzgarlos y viceversa. Si nosotros dentro de nuestra idea de perfección les imponemos las amistades, no se van a conectar, no van a generar vínculos sanos y no van a aprender a valorar ni a ser valorados. Tampoco a ser leales, pues la amistad se convierte en una actividad transaccional sin mucho sentido. “Estaré ahí mientras me sirvas para algo”. Al final la autenticidad es la base de la confianza. Si nosotros conocemos bien a nuestros hijos y los dejamos ser, vamos a confiar en ellos y ellos en nosotros y así vamos a poder tener una crianza más sana y más tranquila.

No tengo duda de que la autenticidad y no la perfección es la base de la felicidad. Empecemos por permitirnos a nosotros mismos ser auténticos, mostremos a nuestros hijos sin temor quiénes somos. De manera paralela, permitámosles ser, no desde el miedo, sino desde la oportunidad de verlos crecer en su esencia y acompañarlos en este proceso para que vayan aprendiendo que la vida no es fácil, y que siempre pueden contar con personas que los valoran como son, con sus virtudes y debilidades, buscando superarse cada día.

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Atenas(06773)28 de marzo de 2023 - 03:41 p. m.
Cierto. Como en la bella canción de Los Beatles, Let it be- déjalo ser o estar-, así es preciso hacer, q’ tomen sus alas y se alisten a levantar vuelo, o como pequeños barcos prestos a iniciar sus periplos y q’ vean a los padres como puertos donde recargar energías. Sí, prepararlos pa el camino y no prepararles el camino. Interesante columna.
Alejandro(25418)28 de marzo de 2023 - 11:24 a. m.
Linda columna coincido con ella y se la acabo de enviar a mi hijo adolescente
Maria Catalina Gomez(efy0r)31 de marzo de 2023 - 08:18 p. m.
Me gusto mucho !! Si somos auténticos somos felices .. perfecto para nuestros hijos adolescentes.
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