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¿Para dónde se fue la ciencia?

Camilo Camargo

24 de octubre de 2020 - 10:00 p. m.

Mi formación universitaria fue en la ciencia, específicamente en la biología. Hoy me pongo en los zapatos de un científico y la frustración que debe sentir con las redes sociales. Maestría, doctorado, posdoctorado, con muchísima experiencia, ha dictado decenas de conferencias, ha solicitado cuantiosos recursos o hasta ha invertido recursos propios para poder llevar a cabo su investigación; ha invertido horas y horas de su tiempo para recoger evidencias y llegar a una conclusión, la cual no puede revelar sin antes haber pasado más horas discutiendo con su equipo y colegas, para finalmente publicar un artículo en algún prestigioso medio científico, el cual sigue siendo discutido por otros colegas alrededor del mundo. Finalmente, llega el día en que su teoría parece estar probada y validada por un selecto grupo de académicos con la esperanza de poder llegar a millones de personas.

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La ciencia habla de conocimientos objetivos y verificables, que se desarrollan basados en observación y razonamiento. Pero hoy la ciencia está cuestionada y ha perdido su credibilidad gracias a posiciones y mentiras que la desvirtúan.

Una persona del común publica su opinión en su Facebook sobre el mismo tema trabajado por el científico, gracias a que en las redes sociales cada uno puede expresar su propia versión y verdad de los hechos. La credibilidad de dicha opinión no depende de si lo dice un reconocido científico en CNN, en la Scientific American o en la Universidad de Harvard, sino por la reputación y número de seguidores que tiene esa persona del común. Muchas veces se da por su reputación entre amigos según quién es él como ser humano o como profesional, y no por lo experto o estudiado que sea sobre el tema del que está hablando.

En redes uno ve publicaciones absurdas con verdades absolutas totalmente alejadas de la experticia de quien está publicando. No es raro leer a un abogado de un banco haciendo un llamado a no vacunar creando pánico entre su círculo; o, por ejemplo, personas que llevan años sin vivir en su país de origen con la fórmula mágica de cómo se debe gobernar, creando entre sus seguidores una enorme polarización desinformada.

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Me angustia mucho que las personas tomen decisiones de vida basadas en estas publicaciones. Y me preocupan más las personas que escriben sin evidencias y propagan noticias falsas, u otros que comparten como borregos sin ni siquiera leer el contenido. No en vano un estudio realizado por MIT dice que las noticias falsas se replican seis veces más que las verdaderas. Cómo será que hoy en día hay personas que se han convencido de que la tierra es plana o que el cambio climático es una conspiración.

Las redes sociales han creado tal adicción, que usan todo nuestro tiempo disponible para mandarnos información. Entonces, la información que recibimos es la que nos llega, es lo que piensan y comparten nuestros amigos, y es lo que los algoritmos de las redes nos recomiendan según los “me gusta” y los clics que les hayamos dado a esas publicaciones de lo que piensan y comparten nuestros amigos. En el documental de Netflix “El dilema social”, expertos de Silicon Valley explican cómo, para hacer más afinado el alcance de la publicidad, las plataformas siguen todos nuestros movimientos y si, por ejemplo, uno se interesa en un tema en particular que un amigo puso, los algoritmos empiezan a recomendar publicaciones sobre ese mismo tema.

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Los algoritmos no se preguntan si la fuente de información es fidedigna o no, simplemente la ponen. Así como puede aparecer un artículo de una universidad prestigiosa, puede aparecer cualquier cosa. De hecho, sería raro que aparezca un artículo de una universidad prestigiosa, pues son los anuncios pagos los que mueven los algoritmos, pues con cada clic es que las redes sociales monetizan nuestro uso.

También me pongo en los zapatos de los periodistas que no comen entero y no se quedan con una sola verdad y nos presentan varios puntos de vista para que seamos nosotros los que lleguemos a una conclusión. Los medios de comunicación serios hacen la tarea que muchos no hacemos: investigar, confrontar, validar, cuestionar y nos ayudan con un resumen muy claro de lo que está sucediendo. No puede ser que nos estemos volviendo tan adictos a las redes y tan facilistas que no tengamos unos minutos al día para dirigirnos a fuentes fidedignas.

La información que consumimos todos los días va formando las posiciones que tenemos. He estado en conversaciones con personas serias que uno creería que van a las fuentes de información, pero afirman, por ejemplo, que si uno se lava la nariz con solución salina todos los días no le da coronavirus, o que solo podemos contagiarnos si nos inyectan el virus. ¿En serio estamos asumiendo como cierto todo lo que nos llega en un Whatsapp o Facebook? Si estamos dispuestos a aceptar la realidad que nos muestran las redes sociales y a seguirla replicando, la verdad es que no sé a dónde iremos a parar. Y si no nos queremos informar por otras fuentes, por lo menos no perdamos el sentido común.

La ciencia nos ayuda a entender el mundo, a usar las observaciones y la evidencia para poder vivir y convivir. Ojalá que esta columna ayude a que abramos los ojos, y sobre todo la cabeza para que no caigamos en la ignorancia, la manipulación, la desinformación y la polarización. Usemos la ciencia y la evidencia y permitamos que esta guíe decisiones en nuestras vidas y en política pública. Recuperemos el lugar que debe tener la ciencia en la sociedad por nuestro bien y el de futuras generaciones.

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