Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Si bien en Colombia la conversación sobre diversidad está relativamente mejor incorporada que hace 10 o 15 años, aún mencionar la palabra diversidad genera incomodidad entre algunas personas o en algunos escenarios. Esto se da en parte por desconocimiento de lo que es y no es, y en parte porque decimos que la acogemos y la respetamos —porque esa es la tendencia actual y no hacerlo nos deja mal parados en la mayoría de conversaciones—, pero en realidad no necesariamente estamos haciendo algo para entenderla, valorarla y modificar nuestros sesgos.
Empecemos por definir diversidad. En esencia, a lo que se refiere es a la variedad de diferentes perspectivas y experiencias de vida que uno encuentra en individuos dentro de un grupo. Género, procedencia socioeconómica o cultural, educación, religión, posición política, orientación sexual, etnia y desarrollo cognitivo y/o físico hacen parte de esta variedad.
Cabe aclarar que diversidad no es igual a inclusión. Son dos cosas distintas, pero que se interrelacionan. Inclusión significa que todos debemos tener las mismas oportunidades y el mismo trato respetuoso sin importar nuestra condición o nuestra procedencia. Cuando no somos capaces de ampliar nuestra perspectiva para valorar la diversidad es cuando fallamos en incluir a los demás.
Todos tenemos sesgos inconscientes que se han instaurado en nuestra mente y que tienen impacto en cómo nos relacionamos con los demás. Son sesgos que hemos copiado de nuestro modelo de crianza o que son intrínsecos a nuestra cultura y está en nuestras manos volverlos conscientes y procesarlos para poder abrir nuestra manera de ver el mundo y ser un mejor modelo para nuestros hijos y estudiantes.
Por ejemplo, hay un sesgo cultural en general en América Latina que implica que los hombres son los que deben ser los líderes profesionales de un hogar y que la mujer debe o quedarse en la casa o tener un trabajo más tranquilo que su pareja para estar más pendiente de los niños. Muchas personas de la región Andina en Colombia han crecido sin nunca haber hablado con o siquiera visto de cerca a una persona afrodescendiente, lo que genera con frecuencia un rechazo inconsciente a relacionarse con este grupo étnico. Un niño que se disfraza de princesa inmediatamente produce “vergüenza” a sus padres y burla por parte de sus otros compañeros. Una familia que decide vivir en una casa rodante alrededor del mundo es juzgada por el tipo de crianza que están recibiendo sus hijos. Una persona con una posición económica privilegiada que quiere trabajar con las comunidades es humillada por “gomela”. Los nazis creían que los judíos no debían existir y exterminaron a muchos. Los musulmanes extremistas se indignan con las elecciones de vida de los occidentales y creen que todos somos unos pecadores. Una mujer con falda corta es una provocadora que se merece haber sido abusada. Un adolescente con un tatuaje es un drogadicto perdido.
Y así hay cientos de sesgos que, según donde hayamos crecido y las conversaciones a las que estemos expuestos, se han ido quedando en nuestra mente como verdades absolutas. Es así como con propiedad creemos saber lo que es y lo que no es desde nuestra visión obtusa de la realidad. Solo quienes aceptamos ese sesgo y lo volvemos consciente somos capaces de aceptar otras perspectivas, aprender a valorarlas y a vivir con ellas, no porque eso es lo que toca, no porque el mundo hacia allá va y hay que moverse con el mundo, sino por la riqueza que eso trae para nuestras vidas.
¿Acaso ustedes construirían un edificio sin el arquitecto, sin el electricista, sin el plomero, sin los obreros o sin el ingeniero? Claro que no. Es lo mismo con la diversidad. Para ser mejor persona, para tener un mejor pensamiento crítico, para ser más innovador, para ser más creativo, ya sea en la vida personal, académica o profesional, uno siempre necesita de diferentes perspectivas. Cuando sentimos curiosidad por lo distinto a nosotros y aprendemos, abrimos la mente, recibimos más y mejor información, y tomamos mejores decisiones. La familia podría darse cuenta de que la mujer tiene enormes oportunidades, incluso mejor que su pareja, como líder de carrera; el hablar con un grupo de afrodescendientes permitiría aprender de la riqueza de esa población y generar admiración; escuchar las experiencias de la familia en la casa rodante permitiría entender que no hay sola una manera de vivir y que se puede educar a los hijos de otras formas. No vale decir “a mí me educaron así y así me quedo”. ¿Qué nos hace pensar que eso que nos enseñaron es lo correcto y con qué autoridad vamos a trasladar eso a la educación de nuestros hijos y estudiantes?
Se trata, a la larga, de ver a cada persona como un ser humano maravilloso que tiene mucho que aportar a nuestra sociedad. Entre todos podemos construir un mundo donde todos tengamos cabida, siempre y cuando estemos dentro del marco de la dignidad humana. Si la diversidad es excusa para promover la discriminación, caerles a otros o rechazar a un grupo en particular, no la podemos aceptar. Es válida si es para darles cabida a grupos donde los derechos humanos estén en el centro, donde hay espacio para todos en la medida que estamos construyendo sociedad.
No se nos puede olvidar que nunca paramos de aprender y que con nuestra familia, nuestros amigos, en nuestro trabajo y nuestro entorno siempre vamos a tener que interactuar con personas distintas a nosotros; de hecho, nosotros también somos distintos a ellos y también nos pueden ver como bichos raros en algunos momentos. No hay un ser humano igual a otro ni que piense igual a otro. Si de verdad entendemos lo que significa diversidad, la valoramos y la incorporamos de manera genuina en nuestras vidas, vamos a estar orgullosos y a vivir más tranquilos con lo que somos y lo que pensamos, y de esta manera vamos a sacar todo nuestro potencial en todos los escenarios y también a descubrir el potencial de otros. Cuando de verdad no nos importa de manera negativa lo que el otro es, vemos a ese ser humano maravilloso que tiene mucho que enseñarme y aportarme a mí y yo a él.
