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En esta época, un debate central es sobre la difícil situación fiscal del país agravada por la pandemia. El Gobierno empieza a anunciar cuáles ingresos tributarios serían necesarios para poder impulsar una agenda profundamente social, enfocada en extender el Ingreso Solidario, devolución del IVA a más pobres, gratuidad en educación superior, incentivos para empleabilidad de jóvenes y rebaja en la carga tributaria de mipymes, entre otras. Eso está muy bien, pero es importante hacer claridad en varios puntos.
Lo primero es que ha hecho carrera la idea de que Colombia tiene un recaudo tributario muy bajo como porcentaje del PIB, el cual oscila alrededor del 14 %; esta es una verdad a medias porque la cuenta se centra en impuestos nacionales, olvidando que desde la perspectiva ciudadana también tenemos impuestos territoriales, parafiscales de nómina, de servicios públicos, transferencias del sector eléctrico, aportes patronales a seguridad social, regalías, etc. Cuando se tiene en cuenta lo anterior, la carga real es alrededor del 24 % del PIB.
Lo segundo es que al hablar de tributos hay que recordar que una fuente sustancial de estos recursos viene del sector productivo y es aquí donde encaja la aritmética empresarial poco entendida por sectores radicales expertos en repartir, pero analfabetas en cómo producir. Según Doing Business, del Banco Mundial, sobre el sector empresarial en Colombia recae una carga equivalente al 71 % de sus utilidades. Significa que menos del 30 % de las utilidades producidas van como remuneración a la inversión en forma de dividendos y para reinversión de utilidades, con el fin de ir creciendo el negocio.
Supongamos que dos empresas en su primer año facturan cada una $1.000 y tienen una utilidad antes de impuestos de $100. Una de ellas, situada en un país donde la tributación empresarial sea como en Colombia del 70 % y la otra, en otro país (OP) donde tribute el 30 %. Para hacer fácil el ejercicio, digamos que de la utilidad de ambas empresas después de impuestos una mitad se va para dividendos y la otra mitad para reinversión que fortalece la base patrimonial del año siguiente, permitiendo crecer. En un modelo simple, en el que por cada peso de activos se genera un peso de ventas, manejando un endeudamiento del 50 % constante, al cabo de diez años tendríamos que la empresa en Colombia estaría vendiendo $11.463 vs. $13.816 en OP. La empresa en OP que reinvirtió el 50 % de su utilidad después de impuestos crece un 20 % más que la colombiana y por ende genera mayor empleo. ¿Pero qué pasa si la empresa en Colombia, como la mayoría, no es intensiva en capital (supongamos que por cada peso de ventas tiene 50 centavos de activos)? En este caso la empresa en OP estaría vendiendo $19.337 vs. $13.180 de la colombiana. En diez años la empresa en OP se duplica.
En resumen, un sistema tributario que es razonable en su tarifa empresarial, que promueve la reinversión de utilidades y que más bien grava los dividendos fomenta sustancialmente el crecimiento económico. Con razón un chileno amigo, frente a la tributación empresarial, me decía que los colombianos éramos muy inteligentes porque, a diferencia de los venezolanos chavistas que habían expropiado las empresas, en Colombia con esta tributación expropiábamos las rentas.
