Van ocho meses de un mal gobierno y su camino hacia la autocracia, propiciando fracasos en paz, seguridad, salud, energía, desarrollo, confianza inversionista, justicia, etc., orientados a demostrar que el actual sistema no sirve y que se requiere una constituyente para cambiarlo y de paso lograr una autocracia como en Venezuela, Cuba, Nicaragua, etc. Nuestro Congreso, aun con mermelada, empieza a poner límites a la insensatez y las cortes plausiblemente ponen frenos al desastre. En este juego democrático las próximas elecciones regionales son muy importantes, pero el panorama pinta mal. De un lado está la fuerza devastadora del Pacto Histórico, alimentada por economías ilegales, y del otro, unos partidos disminuidos sumados a múltiples movimientos y candidatos por firmas, que atomizan su resultado electoral. Así, a pesar del fracaso de los gobiernos locales de izquierda, especialmente en Bogotá, Medellín, Cali, Cartagena, Santa Marta, etc., la atomización solo perpetuará este gran desastre. Estando en juego una Colombia democrática, libre y próspera, donde vía diálogo social podamos construir consensos, es indispensable que en las próximas elecciones regionales los partidos democráticos y los candidatos de movimientos y firmas depongan sus egos y tengan la grandeza de participar en una CONVERGENCIA DEMOCRÁTICA.
Para ilustrarla, repasemos brevemente el procedimiento escogido por el Centro Democrático, el Partido Conservador con Marta Lucía Ramírez y el movimiento de firmas de Alejandro Ordóñez para llegar en 2018 a un candidato único que finalmente ganó la Presidencia. Mediando el sentido patriótico de los precandidatos —Carlos Holmes Trujillo, Paloma Valencia, Iván Duque, María del Rosario Guerra y Rafael Nieto—, se acordó hacer una cadena de encuestas separadas en el tiempo y verificadas por garantes. En cada grupo de encuestas el precandidato de menor porcentaje de favorabilidad, cuya diferencia porcentual con el siguiente fuera de al menos el doble del porcentaje de error, salía del proceso, lo que iba consolidando una convergencia electoral. Primero se acordaron las preguntas y fichas técnicas, niveles de confianza aceptables, fechas y días para las encuestas, y esto se plasmó en un acuerdo. Partiendo de la realidad de las últimas elecciones, se seleccionaron ciudades grandes, intermedias y algunas pequeñas, se definieron rangos de edad, porcentajes por sexo, etc., tratando de hacer la mejor foto posible del universo electoral nacional. Se acordó tener al menos dos firmas encuestadoras, con fichas metodológicas similares, que permitieran comparar y sumar resultados y así disminuir el porcentaje de error. Las encuestadoras fueron previamente revisadas frente a su independencia además de idoneidad. Se hicieron encuestas presenciales con tarjetones físicos con fotos, que fueron grabadas y auditadas por una tercera firma para verificar que no hubiera sesgo, que los encuestadores se ciñeran a las preguntas y que efectivamente todas se hubieran realizado. Lo anterior arrojó además que, versus encuestas tradicionales, se contactaron más de 50.000 potenciales electores, algo sin precedentes. Una vez el candidato fue escogido, la consulta interpartidista permitió designar al finalista. Adaptaciones metodológicas podrían facilitar las necesarias convergencias electorales.