Frente a una serie de situaciones reales que requieren consensos y construcción colectiva, como qué hacer para impulsar un sector productivo que genere empleos masivos, cómo manejar el choque de oferta migratoria originado por la narcodictadura venezolana, qué hacer frente al narcotráfico, la equidad, la informalidad y la mala educación, entre tantos problemas que aquejan al país, sobresalen los planteamientos disolventes provenientes del Foro de São Paulo y sus partidos adherentes de Colombia y Latinoamérica que buscan un plan estratégico de desestabilización similar al desarrollado en Chile y otros países.
Pretendiendo que los incautos voten por el cambio, que la gente salga a mendigar porque la hambruna y miseria son los mejores ingredientes para la desestabilización, impulsan líderes con líneas políticas revolucionarias, destruyen partidos no comprometidos con sus postulados, tumban estatuas, promueven caudillos e infiltran organismos de control, a la justicia y a las FF. MM. Controlan progresivamente los medios de comunicación y las redes sociales, y atacan como jaurías a quienes no comulguen con sus ideas, tachándolos de paracos y fachos. Generan situaciones de violencia para provocar a las FF. MM. y poder convertir los “crímenes policiales” en banderas populares. Frenan todas las iniciativas que impliquen progreso para la población, ya que el empobrecimiento facilita el control social. Trabajan en la deconstrucción institucional, afectando permanentemente la legitimidad del régimen y por tanto el derecho a gobernar. Atacan las religiones e impulsan la equidad de género, pero olvidando la brutal persecución a la que son sometidos en Cuba y países afines aquellos con una orientación sexual diferente. Relativizan los valores, todo es bueno y nada malo siempre que favorezca la revolución. Cooptan la educación y la vuelven máquina de adoctrinamiento, como lo ha hecho Fecode. Cuando llegan al poder modifican la Constitución para impulsar los cambios que en su momento combatieron, como la reelección permanente de sus “líderes”, argumentando el “mandato superior del pueblo”. Dependiendo del país acomodan los discursos, como que en Colombia no se ha implementado el Acuerdo de Paz, desconociendo toda la evidencia en contrario. Apoyan las milicias armadas, sus fuentes de financiamiento y sus acciones selectivas. Sus estructuras evaden los DD. HH. y en Colombia son las principales perpetradoras de los asesinatos de líderes sociales, pero culpan invariablemente al Estado.
El Foro de São Paulo y casi todos sus partidos han contaminado de odio, resentimiento y desesperanza. Van deconstruyendo el Estado y la sociedad como la conocemos vía una soterrada revolución cultural, que además idealiza sistemas alternativos, omitiendo el contundente fracaso de sus ideologías como lo evidencia la miseria de Cuba, Venezuela, Nicaragua y la disolución de la antigua URSS. Pero como prohíben la enseñanza de la historia y la deforman, los jóvenes no conocen los millones de personas asesinadas por el comunismo chino, el socialismo soviético y la dictadura cubana, y en casa por las Farc y Eln, ya que en el mundo aún no se da el debate del genocidio cometido por las dictaduras de izquierda.