Del gran trabajo que está a punto de culminar por parte de Connect Bogotá y el Foro de Presidentes, denominado Diálogos de Futuro, cuyo propósito es “construir juntos una conversación empática y generativa, que inspire, aporte y movilice a la educación superior, con impacto en la calidad de vida de las generaciones presentes y futuras”, emerge un rol mucho más potente de parte de las instituciones de educación superior (IES), que busca “promover la calidad de vida y aportar a un desarrollo incluyente y sostenible del país y sus regiones a partir de una formación integral, transformadora, innovadora, de excelencia, interdisciplinaria y de calidad”.
En la mayoría de las regiones de Colombia, las universidades y las cámaras de comercio son las instituciones más sofisticadas y con capacidad de lograr ese “desarrollo incluyente, sostenible, que valore lo local”, vía una “formación integral articulada que construya no solo desarrollo sino ciudadanía”. Es a estas IES a las que les toca jalonar esas conversaciones entre universidad- empresa- Estado- ciudadanía, cuyas respuestas permitan encontrar la hoja de ruta regional y de paso consolidar las relaciones entre actores y niveles de educación. Entendamos que los milagros económicos siempre van acompañados de milagros educativos, articulados con el sector productivo y la sociedad. En este orden de ideas, una revisión del rol de las universidades en el desarrollo regional debe permitir soltar amarras frente a la asfixia normativa y burocrática a la que las somete el Ministerio de Educación, facilitar una mayor autonomía y cambiar sus sistemas de gobierno para que exista una verdadera y actuante participación no solo del Estado sino del sector productivo y la comunidad. Estas universidades deben volverse NODOS donde se incuben y saquen adelante los CLÚSTERES Y POLOS DE DESARROLLO en las regiones de acuerdo con su vocación. Estos diálogos regionales deben permitir definir cuáles industrias y actividades productivas hay que impulsar en el territorio y cuáles son las nuevas que hay que incubar y desarrollar.
En la educación superior debemos pasar de un Estado centralista, burocrático y controlador a uno que se conciba como habilitador de espacios, recursos y conversaciones, tal que el sector productivo y la academia autorregulada hagan realidad los diferentes propósitos regionales. Cambiemos a una formación sistémica, que solucione retos y problemas y que transforme las creencias, impulsando el pensamiento crítico y creativo, el trabajo en equipo, el liderazgo, la diversidad, y que facilite la articulación regional, incluyendo la educación básica y media, instituciones técnicas y tecnológicas, sector productivo, grupos sociales y poblacionales, además de la formación de los líderes privados y públicos que necesita esta nueva concepción. Se trata de lograr la transformación del capital humano en las regiones, tanto en lo conceptual como en lo procedimental y el aprender haciendo, así como la transformación tecnológica vía impulso al extensionismo tecnológico, la innovación e investigación aplicadas. Es una educación pragmática y humanista, que valida los grupos poblacionales desde lo ético, lo étnico, la inclusión y la equidad, y se centra en la BÚSQUEDA DEL BIEN COMÚN.