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Amarás a tu dictador

Carlos Granés

20 de julio de 2017 - 09:00 p. m.

Una de las grandes incógnitas latinoamericanas es la pasión que despierta esa criatura política autóctona, el hombre fuerte, que se ve a sí misma como la encarnación de los anhelos e ilusiones de todo un pueblo. No eres un hombre, Uribe. Ni tú, Fujimori. Tú tampoco, Perón. Menos tú, Chávez. Eres millones, como decía William Ospina en la oportuna, aunque inútil, carta (los tiranos no oyen las críticas de los intelectuales, sólo se sirven de su capital simbólico) que le envió a Maduro para que revirtiera el giro dictatorial de su mandato.

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El fenómeno se da por igual en la izquierda y la derecha. Personas con sueños justicieros y anticapitalistas ponen velas a sus dioses tutelares con la misma pasión de quienes claman por el orden y la extirpación del germen comunista. No ven a sus ídolos como simples mortales. Los ven como océanos sin costas que no se contentan con la mediocre labor de representación política, y que van más allá, expresando y reivindicando a todo un país, en ocasiones al continente entero.

Con ellos sanan las heridas históricas, con ellos los pueblos recuperan la dignidad usurpada, con ellos hay paz y orden, con ellos los muchachos vuelven a ser sanos y patriotas, con ellos se cura la humanidad mancillada. De nada sirve la evidencia de sus fracasos. Siempre hay un contexto político adverso, una fruta podrida, un complot internacional que camufla su inoperancia y despotismo.

Con Uriburo, primero, y luego con Perón, Argentina pasó de ser la educadora de Hispanoamérica y una potencia mundial, a convertirse en la esencia viva del tercermundismo. Aun así, con cada elección vuelve al milenarismo peronista. De poco ha valido en el Perú que Fujimori acabara en la cárcel por ladrón y asesino. Aún se le ve como el salvador de la patria, y un clamor popular tienta de tanto en tanto al gobierno de turno a indultar sus atrocidades. Vemos cada día en televisión el desastre venezolano, pero resulta que la culpa no es de quienes han controlado el país en los últimos 18 años, sino del neoliberalismo inhumano. Y en Colombia… bueno, ya sabemos que en Colombia Uribe puede hacer lo que le dé la gana y que mientras más zafio y camorrero más fervor popular despierta.

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¿Por qué esa fascinación latinoamericana por los hombres providenciales? ¿Por qué esa sumisión ante el gran caudillo que, con ropajes de izquierda o de derecha, siempre saltándose la ley y obrando con descarada arbitrariedad, se ha adjudicado la misión de salvarnos del imperio, del castrochavismo o de cualquier otra entelequia? Desde luego no es una afiliación ideológica lo que mueve a sus seguidores. ¿Quién entiende el peronismo, un movimiento filofascista que hoy se identifica con el socialismo del siglo XXI? ¿Y quién entiende el socialismo del siglo XXI, que por muy 2.0 que se venda sólo es un velo que cubre el populismo y el autoritarismo de toda la vida? Aquí hay algo religioso que gana coloración dependiendo de las pulsiones izquierdistas o derechistas de cada cual. Queremos salvadores omnipotentes que cumplan un designio histórico, no líderes de carne y hueso que enfrenten problemas concretos.

La gran tragedia es que la democracia está pensada para los segundos, no para los primeros, y por eso no hay benefactor que no termine traicionando el sistema al que ha jurado servir.

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