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Amor por México

Carlos Granés

01 de julio de 2022 - 12:30 a. m.

Colombia, como todos los países latinoamericanos, ha sufrido de la peste del ensimismamiento, un mal mucho más grave que el insomnio de García Márquez o la extraña mutación de aquel virus que hoy llamamos COVID. Es cierto que son tantos los problemas y tan tremendas las tragedias que a veces no hay espacio mental ni ganas de apartar la mirada de lo inmediato. También es cierto que la política nacional se ha convertido en el nuevo culebrón que atrapa multitudes. El inesperado efecto del deterioro de la discusión pública, esa otra peste llamada populismo, ha sido ese. La política se ha transformado en un vicio terriblemente entretenido. Y no solo en Colombia o en Latinoamérica sino en el mundo entero. Los votantes son ahora televidentes que gozan de la zafia ocurrencia diaria de tuiteros y comentaristas, del golpe bajo o del guiño sectario. Si antes no nos resistíamos a las pasiones lacrimosas de las telenovelas, hoy cedemos a los miasmas desquiciantes del estercolero político.

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El destino de estas audiencias parecería ser el olvido del mundo, la obstinada y envilecida fidelidad al chisme de villorrio. Pero entonces aparecen libros que van en dirección opuesta, libros que retoman el cabo suelto de la mejor tradición latinoamericana, la curiosidad por lo que no somos y podríamos ser: el cosmopolitismo. Es el caso de Colombia y México: entre la sangre y la palabra, un ensayo de Juan Camilo Rincón que rescata y rastrea una fértil historia de contacto cultural entre los dos países que aparecen en el título del libro. Su virtud no sólo radica en combinar en dosis perfecta el rigor académico y la libertad creativa, sino en demostrar con hechos una verdad que suele olvidarse en tiempos de ensimismamiento nacionalista. Algunos de los más grandes creadores colombianos, empezando por Porfirio Barba Jacob y terminando por Fernando Vallejo, no tuvieron miedo al contagio y a la contaminación cultural. Más bien al contrario. Sintieron una pasión desmedida, un amor loco, por otros países, en este caso México, y por eso dejaron su país y se dejaron seducir por fantasmas culturales ajenos.

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Hay momentos en que ese encuentro entre creadores de diversas nacionalidades genera una gran intensidad creativa. Rincón muestra cómo Barba Jacob acabó considerado un poeta mexicano, debido a sus influencias, y cómo el poeta Carlos Pellicer, uno de los Contemporáneos, consolidó durante su paso por Colombia a principios del siglo XX su compromiso americanista. Dieciocho años estuvo Jorge Zalamea en México; allá se convirtió Leo Matiz en un importante fotógrafo, que incluso surtió de imágenes a Siqueiros para uno de sus murales. En México se radicó el escultor Rómulo Rozo y en una de sus cárceles, Lecumberri, pasó una temporada el poeta Álvaro Mutis. Si en México quedó literatura y plástica colombiana, en Bogotá el poeta Gilberto Owen dejó la Librería Central.

Es tan rico el vínculo entre los dos países que ni siquiera hace falta hablar del colombiano más mexicano, que por supuesto es García Márquez. Basta con recordar que nada es más refrescante y saludable que cambiar de tema. Dejar de oírse a sí mismo y atender a lo que interesa a gente con ideas distintas. Solo así surge lo nuevo, de esa mezcla, de esos enamoramientos que excitan y trastornan la imaginación.

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