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El pasado noviembre, una huelga de recolectores de basura convirtió a Madrid en un estercolero.
La noticia desbordó las fronteras de España y en los países vecinos el lamentable paisaje urbano, atiborrado de residuos, apareció en noticieros y periódicos. Para Madrid, que ingresa millones de euros gracias al turismo, no hay nada más grave que este desprestigio. Fueron 13 días de negociación e inmovilidad en los que se hizo patente la incompetencia de Ana Botella, la alcaldesa. Aún así, a nadie se le pasó por la cabeza destituírla o inhabilitarla para el ejercicio político.
Este error de gestión ha dejado a Ana Botella convertida en una figura de papel, sin mayor peso político, que en las próximas elecciones seguramente será arrasada por los vendavales internos de su propio partido o por las urnas. Y así es como debe ser. Los errores políticos que desprestigian a una ciudad o a una administración se pagan con votos. No se necesitan prefectos de disciplina que vengan a dar una azotina aleccionadora, tal y como ha hecho el procurador Ordóñez al intervenir con un escrúpulo casi tendencioso para destituir a Petro.
La incompetencia en el ejercicio de cargos públicos no es una novedad en ninguna parte del mundo. La diferencia es que en Colombia la figura del procurador ha acumulado tanto poder y relevancia en el juego político, que ahora Ordóñez se adjudica el derecho de revertir la decisión de los ciudadanos, sin importarle que con ello distorsione el normal desarrollo del ejercicio político. Petro dejará de ser un alcalde incompetente y autoritario, y se convertirá en una víctima de un ultraderechista fanático, quizás la figura pública más desprestigiada de Colombia. Ahora que los ciudadanos no tendrán oportunidad de castigarlo en las urnas, en lugar de perder fuerza, la ganará. La desmedida maniobra del procurador va a jugar en su propia contra, y posiblemente en la de todos.
Inhabilitado durante 15 años para ocupar cargos públicos, Petro queda convertido en una rueda suelta. Ya en su discurso de despedida hizo referencias absurdas a la plaza Tahrir, donde los egipcios protestaban contra un dictador implacable que llevaba casi 30 años en el poder, y se encargó de enumerar la larga lista de mártires de la patria para que su nombre quedara asociado a ella. Por la megalomanía de Petro no debemos preocuparnos, ahí sigue intacta. Lo que sí debe preocuparnos es que el alcalde destituido se recicle en un populista al estilo del mexicano Manuel López Obrador, dispuesto a conseguir en las calles lo que se le ha negado en las instituciones.
Porque lo que hizo Petro en su discurso de despedida fue equiparar su destitución con los asesinatos más viles que se han cometido en Colombia, y confundir al más despótico funcionario con todas las instituciones y el grueso de la sociedad colombiana. El victimista suele tomar la parte por el todo y convertir su drama personal en una conjura de la historia. El peor legado de Ordóñez puede ser ese, dejar en las calles, sin opción de volver a los cauces institucionales donde se moderan las pasiones, a un hombre insatisfecho y con ansias de poder.
Carlos Granés*
