Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.

Cien años de dadaísmo

Carlos Granés

12 de mayo de 2016 - 09:05 p. m.

Cuesta creer que haya llegado ese onomástico improbable: el juvenil canto revolucionario del dadaísmo cumplió este año la friolera de cien años.

PUBLICIDAD

Cien años largos, larguísimos, en los que la iconoclasia, los desplantes y el gamberrismo pasaron de ser un desafío a convertirse en la marca estandarizada de la producción cultural contemporánea. Quién iba a decir que el ready-made, esa broma socarrona, ese chiste irrepetible, iba a ser tomada en serio y a imitarse hasta generar hastío y vergüenza ajena. Quién iba a imaginar que detrás de la farsa, del infantilismo y la burla, sesudos teóricos del arte iban a encontrar minas de oro conceptuales. Quién iba a decir que la gran enseñanza del dadaísmo, el ejercicio iracundo de la individualidad y la libertad, iba a servir para estereotipar los happenings, las performances y las instalaciones contemporáneas.

La historia de cómo un grupo de anarquistas que profesaba la destrucción del arte y del sentido se convirtió en el ejemplo a seguir por la mayoría de artistas oficiales y exitosos es tan paradójica como fascinante. En 1916, cuando Tzara, Ball, Hennings y sus compinches empezaron a celebrar el internacionalismo y a comportarse como niños, los valores predominantes eran los del guerrero nacionalista que empuñaba un fusil en las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Hay que aclarar que nada es transgresor y revolucionario porque sí. Para serlo debe desafiar los valores predominantes. Celebrar la risa y la ironía, por ejemplo, cuando predomina el heroísmo viril y patriotero. Atacar la alta cultura cuando la alta cultura es el orgullo de una Europa que convirtió a sus jóvenes en carne de cañón. Ante el panorama de las trincheras, ¿cómo no sentir hastío y odio hacia los valores que condujeron a la masacre?

Los dadaístas fueron el ariete que se lanzó en contra de ese sistema de valores. Su poderoso impulso se llevó por delante el sentido, la lógica, las jerarquías estéticas y los valores de las generaciones precedentes. No fue rápido, desde luego. Los dadaístas hacían antiarte y malvivían. Eran marginales y nadie compraba sus obras, pero su irreverencia resultaba seductora; más importante aún, contagiosa. Decenas de jóvenes se sintieron apelados por esa nueva actitud vital. En Berlín, en Barcelona, en París se reproducían las veladas antiartísticas. Lo que empezó como una gesta de una decena de jóvenes despuntaba como el horizonte estético y vital de una generación.

Read more!

Del dadaísmo se derivó el surrealismo y de ahí el letrismo, el situacionismo, los beatniks, el Living Theatre, los yippies. Pero sobre todo una manera de estar en el mundo anárquica, libertaria y artística. Siempre en minoría, siempre en los márgenes, tratando de fundir el arte y la vida y de exaltar la existencia hasta que los baby boomers nacidos después de la Segunda Guerra Mundial abrazaron con gusto sus nuevos valores. Desde entonces el espíritu del dadaísmo perdió el poder de ofender y desafiar y empezó a satisfacer un gusto cada vez más mayoritario. Entró en los medios, en la publicidad, en la moda, en los museos. Hoy dadá reina y por eso es inocuo y banal. Sus imitadores son jóvenes prematuramente envejecidos que tratan de inquietar al público que los aplaude.

Read more!

 

 

 

Conoce más
Ver todas las noticias
Read more!
Read more!
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.