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Cultura, gestión y premios

Carlos Granés

20 de marzo de 2014 - 08:41 p. m.

No deja de ser paradójico que la música, el arte y la literatura que se producen en Inglaterra, un país de antiguas tradiciones, sólidas instituciones y un envidiable respeto por las leyes, suela asociarse con lo nuevo y lo transgresor.

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Y más cuando a cada uno de los géneros artísticos se les agrega la palabra joven, como los Young British Artists que promocionó el publicista Charles Saatchi o los Young British Novelists que lanzó la revista Granta. Los ingleses han sido unos genios revistiendo sus productos culturales con elementos que apelan al gusto contemporáneo. No sólo son buenos creadores, también conocen muy bien los mecanismos de ese engranaje paralelo, la promoción o gestión cultural, del que en buena medida depende el recorrido de una apuesta artística.

Uno de los más sobresalientes ejemplos de su buen hacer es el Man Booker Prize, un reconocimiento a la mejor novela publicada en el Reino Unido, Irlanda y los países de la Commonwealth, con el que han conseguido darle un enorme impulso al inglés como vehículo de la creación literaria. Cada año, una docena de novelas escritas en este idioma recibe gran atención por parte de la prensa y del público. Las obras son comentadas, criticadas, reseñadas y varias de ellas acaban siendo traducidas. Como consecuencia, los escritores ingleses desbordan las fronteras de su idioma para convertirse en autores globales. Los ganadores del Booker de hace unos años son los premios Nobel de hoy: Naipul, Gordimer, Golding, Coetzee; y varios de ellos —no hace falta ser un vidente— serán los Nobel de los próximos años.

En el mundo contemporáneo esas plataformas desde las cuales se hace visible la cultura, bien sean ferias, exposiciones, festivales o premios, son fundamentales. Sin ese efecto seductor que añade la promoción, sería más difícil que los libros encontraran lectores, las obras de arte espectadores y las películas y conciertos audiencia. La gestión abre un canal entre creadores y público. Genera interés y curiosidad. Convierte la cultura en un acontecimiento y, al menos por unos días, silencia el ruido político contingente para que podamos apreciar cosas más duraderas: lo que somos capaces de hacer, pensar e imaginar.

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Esto es lo que hemos pretendido hacer con la Bienal de Novela Mario Vargas Llosa, en cuya primera edición tres fantásticas novelas se diputarán el premio. Dos de ellas, En la orilla, de Rafael Chirbes, y Las reputaciones, de Juan Gabriel Vásquez, abordan cuestiones morales. La primera, el ocaso moral de la sociedad española que condujo al cinismo, al oportunismo y a la consecuente quiebra económica; y la segunda, las dudas morales que acosan a un caricaturista que, cuestionando el poder, se hace él mismo poderoso. La tercera novela, Prohibido entrar sin pantalones, de Juan Bonilla, recrea las hazañas, delirios y luchas del futurista Vladimir Maiakovski en medio de la vorágine revolucionaria y la estalinización de Rusia. Una de ellas se llevará el premio de la Bienal, pero el ganador no será sólo un autor o una novela. Será el idioma, la creación en español, la cultura en Hispanoamérica.

 

Carlos Granés*

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