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¿Después de cuántos errores se va al carajo un país?

Carlos Granés

20 de mayo de 2021 - 10:00 p. m.

El primer error lo cometió Juan Manuel Santos cuando sometió el proceso de paz a un plebiscito público. Llevando una ventaja en el marcador, en la recta final, con las piernas cansadas y falto de fe en sí mismo, se resignó a repartir la responsabilidad de un posible fracaso y a jugarse el proceso de paz en los penaltis. Es verdad que en ese 2016 aún no éramos conscientes de lo fácil que era envenenar un país con las nuevas artes de la comunicación política, pero en todo caso fue una pifia. Exhortó al uribismo a volver al escenario electoral, el medio natural del populismo, y a infectar las aporreadas almas colombianas con más miedo, más resentimiento y más odio. El molino de viento de la ultraderecha, el castrochavismo, agitó sus aspas hasta enloquecer al más cuerdo. Si la izquierda no daba suficiente matraca con el colonialismo, ahora teníamos a la derecha dándola con su propia abstracción del Mal. A los más paranoicos —como el chileno de la revolución molecular disipada— les hizo ver insurrección y expropiación comunista en cualquier joven insatisfecho.

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El segundo error lo cometió Iván Duque; un error, digamos, perceptivo, inculcado por los mismos asesores populistas que polarizaron al país. Creyó que podría unir lo que se había roto, con una versión light del uribismo. El mundo entero amaría a Uribe tanto como él lo amaba, debió pensar, si bajaba el tono y usaba mucho la palabra diálogo. No fue consciente de que el plebiscito por la paz ya había abierto dos trincheras y que en tierra de nadie el país se hacía ingobernable. Tenía que buscar una causa común. La guerra contra Pablo Escobar y contra las Farc, que por mucho tiempo contuvo las costuras de la sociedad civil, ya no servía. Y sin embargo sí había un proyecto nacional e inspirador, sobre todo para los jóvenes que hoy tiene en contra, que hubiera podido darle una dirección a Colombia. Ese proyecto era obvio, la paz. Duque no lo vio, le puso obstáculos a la JEP y se le deshizo en las manos. ¿Qué proyecto ofreció en reemplazo que diera esperanza a los jóvenes? Ahora habla de educación y vivienda, pero antes sólo lo hacía de una buena nota de las calificadoras de riesgo. Así pretendía que no se le rebelaran.

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El tercer error no es imputable a nadie en concreto y más bien tiene que ver con la naturaleza de la protesta contemporánea. Se sale a la calle por la reforma tributaria en Colombia o por la subida de los combustibles en Francia, y de pronto ese motivo se difumina entre toda suerte de insatisfacciones acumuladas a lo largo de la historia. Las manifestaciones se prolongan indefinidamente, sin un objetivo concreto, y llega el punto en que no se entiende qué se pide, qué se puede negociar y qué es una simple quijotada. Para que sirva de algo, la protesta no puede convertirse en un momento populista o destituyente. Debe ser lo opuesto, un encuentro entre sectores que instituya demandas concretas. El escenario ideal, claro, sería que los manifestantes le dieran a Duque lo que él dejó diluir: un proyecto que integre al país en torno a cuestiones claras y urgentes. En Chile fue una Constituyente; en Colombia tendrá que ser otra cosa.

¿Después de cuántos errores se va al carajo un país? Habrá quien quiera averiguarlo, pero mejor que las protestas conduzcan a algún sitio y que nos quedemos sin saberlo.

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