Publicidad

Ecuador dadá

Carlos Granés
02 de diciembre de 2022 - 05:30 a. m.

Hay un momento en la historia literaria ecuatoriana fascinante, los años 20, en el que nuestros vecinos se abrieron al mundo y experimentaron con las corrientes de vanguardia que habían estallado poco antes en Europa. Mientras la distante Bogotá permanecía ajena a lo que ocurría más allá de sus fronteras, en Guayaquil los escritores replicaban las discusiones y los debates que ardían en los cenáculos culturales del mundo.

Lo más sorprendente es que hubieran recibido el impacto humorístico y lúdico del dadaísmo, una vanguardia que tuvo mucho menos recorrido en América Latina que la modernolatría identitaria promovida por el futurismo italiano. Los rugidos de los motores y las válvulas llegaron a todo el continente para mezclarse con reivindicaciones regionalistas. El dadaísmo, en cambio, tuvo un influjo tímido, visible en la ruptura sintáctica de Trilce, el poemario de César Vallejo, y en un libro del chileno Jorge Edwards Bello. En ningún país tuvo real impacto, excepto en Ecuador, donde fue una expresión de cosmopolitismo.

En 1921 ya se oía la voz de José Antonio Falconí Villagómez, el primer dadaísta ecuatoriano, abogando a favor de la apertura de mentes y fronteras. “Sé la antena / que recoja las vibraciones del Cosmos… / Y sé también enciclopédico / y otro poco cosmopolita / para hablar el universal lenguaje / con todas las sirenas del Mundo”, decía en Arte poética (No. 2). Más osado y versátil fue Hugo Mayo, un poeta que no sólo fundó las revistas Síngulos y Motocicleta, sino que experimentó con varias sensibilidades. Sus poemas fueron modernistas, luego se cargaron de ruidos futuristas y finalmente acabaron explotando en volutas de humor dadaísta. “Oda gaseosa”, por ejemplo, empezaba así: “Saturno invita un SYMPOSIUM / La telepatía de las calles / en un Fílms / por $0,20 / en los cafés / de / penumbras / mientras la orquesta / en su biología / sueña / el X capítulo / del / Génesis”.

Por esos años también salieron los cuentos experimentales de Pablo Palacio, Un hombre muerto a puntapiés, que recogen la expresión viva de un espíritu humorista, juguetón y libre. En las tramas de Palacio, que por lo general transcurren en entornos urbanos, asoma cierta curiosidad por la desviación social, el deseo transgresor, las pequeñas manías y alguna posibilidad metafísica fuera de lo común.

Lo curioso de la evolución cultural ecuatoriana es que muy pronto, en 1930, se produjo un giro abrupto hacia la reivindicación social y el compromiso nacionalista. Tanto la plástica como la literatura se hicieron solemnes y dramáticas. El nacionalismo cultural frenó la experimentación y el cosmopolitismo, y poco a poco la aventura dadá se olvidó.

Y aunque hoy se lee de nuevo a Palacio y a Mayo, algún resabio queda de aquella. Se comprueba al pasear por Quito y encontrarse con un mural enorme, de temática reivindicativa y social, que cubre la Prefectura de Pichincha. El mural fue encargado al artista Pavel Égüez por una funcionaria correísta y es la muestra perfecta de todos los temas de la demagogia nacionalista que causan tedio, por lo previsibles, y que buscan dar un tono progresista a gobiernos que no lo son. La verdad es que prefiero al Ecuador de Palacio y Mayo, quienes con su espíritu risueño y abierto le dieron una lección de cosmopolitismo al continente entero.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar