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El acoso a la socialdemocracia

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Carlos Granés
21 de enero de 2016 - 08:02 p. m.
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En mayor o menor medida ha ocurrido en todas partes, pero con mayor intensidad en España: el discurso de la izquierda ha sido contaminado por inquietudes que tienen mucho más de conservadurismo romántico, como la identidad nacional y los enemigo del pueblo, que con el progresismo que caracterizó a la socialdemocracia de la segunda mitad del siglo XX.

Basta ver cómo el Partido Socialista ha permitido que Podemos y Esquerra Republicana de Cataluña, partidos respectivamente populista y nacionalista, lo obliguen a colar en su agenda asuntos que nada tienen que ver con la igualdad de oportunidades ni la redistribución de la riqueza.

De un tiempo para acá, la defensa del Estado de Bienestar se mezcla con reivindicaciones identitarias y autonomistas; con demandas de referendos y el engañoso “derecho a decidir”; también con apelaciones a la voluntad popular y a la división social entre amigos y enemigos. Ser progresista supone ahora enarbolar la banderita nacional o anhelar que los buenos y puros “asalten los cielos” y se tomen las instituciones. En este 2016, en el que se conmemoran los 100 años del dadaísmo, me pregunto yo dónde están los libertarios, los irreverentes y los anarquistas que tienen como mayor valor su autonomía e individualidad, y qué diablos hacen los socialdemócratas siguiéndole el juego a quienes tienen por vocación poner fronteras y fragmentar las sociedades.

Hay que desengañarse. El populismo antielitista no persigue la igualdad, sino el cambio de factores. Que en lugar de X llegue Y, llámese “pueblo”, “jóvenes” o “catalanes verdaderos”. El populismo y el nacionalismo pueden poner el grito en el cielo por las desigualdades, pero a la hora de la verdad lo que les preocupa es que el poder y el dinero estén en manos de otros, no en las de ellos. Los nacionalistas quieren que sus impuestos se queden en la rica Cataluña y no lleguen a la pobre Extremadura, y que la Constitución y los tribunales nacionales no los igualen a los demás ciudadanos españoles. Los populistas dirán todo aquello que les sirva para aumentar sus cuotas de poder. Podemos empezó atacando el euro y la Unión Europea; propuso la nacionalización de la banca y alabó al chavismo. Luego la emprendió (con toda la razón) contra la corrupción del PP; dijo al poco tiempo que le gustaba la socialdemocracia nórdica y que su meta era el centro político. Sus miembros dejaron el ceño fruncido y el puño en alto para poner de moda la sonrisa, y ahora hacen suyas las reivindicaciones de los nacionalistas. ¿Cuántas décadas han pasado y qué grandes acontecimientos mundiales los han hecho revisar sus ideas? Han sido sólo unos pocos meses y el único acontecimiento ha sido el auge en las encuestas.

Desde luego que es una ingenuidad creer que hay un solo político que no ajusta su discurso a las expectativas electorales. Pero pasar del chavismo al sistema nórdico en lo que se tarda en redactar un programa electoral no deja de ser sospechoso. Por eso sorprende que el PSOE, en lugar de desterrar el populismo y el nacionalismo del tablero de la izquierda, los legitime y los busque como aliados. Dudo que sea un juego en el que tengan mucho que ganar.

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