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Las aguas del sosegado mundo literario se agitaron esta semana. María Kodama, la viuda de Jorge Luis Borges, interpuso una demanda contra Pablo Katchadjian por apropiarse de un cuento de su exmarido, El Aleph, y añadirle 5.600 palabras. Katchadjian quería hacer literatura experimental, un Aleph engordado, pero la gracia no sedujo a Kodama.
Poco comprensiva con las innovaciones posmodernas, es la segunda vez que la viuda mete en líos a quien se mete con la obra de su exmarido. Un plagio, dice ella; un experimento borgeano con el más borgeano de los cuentos, se justifica Katchadjian. El caso es que, de ser declarado culpable, la demanda puede llevar al autor a la cárcel por reproducción ilegal de contenido ajeno.
En su defensa, Katchadjian dice que Borges era el primero en entender la literatura como una reescritura de los libros del pasado. Como buen discípulo, él sencillamente habría llevado a extremos literales esa afirmación. En lugar de absorber la tradición literaria, de entender las técnicas narrativas de sus autores favoritos y de desvelar los grandes temas de la literatura, tomó un atajo: copió el texto de Borges y le añadió frases de su invención. Es un juego similar al que propuso Marcel Duchamp en 1919, cuando le pintó unos bigotes a la Mona Lisa. El problema es que los experimentos con la imagen y con el texto no son homologables. En la pintura el original es el soporte; en la escritura es el contenido. La Mona Lisa de Duchamp era una gamberrada infantil que desacralizaba un icono del arte, pero sin dañarlo. En literatura eso es imposible porque el contenido es siempre el original. Por eso nadie se puede apropiar de tesis doctorales o de artículos de opinión ajenos, así su intención sea conceptual o lúdica.
Aquí, sin embargo, lo interesante es saber si Borges habría exonerado a Katchadjian. Quizás sí, si pensamos en el Borges de 1921 que salía a las calles de Buenos Aires a pegar manifiestos en las paredes. Pero si tenemos en mente al escritor treintañero que empezó a escribir cuentos, sospecho que la respuesta es negativa. El gesto de Katchadjian no es borgeano, como tampoco es davinciano lo que hizo Duchamp con la Mona Lisa. Al igual que Borges, Da Vinci fue un artista universal que se nutrió de lo mejor de muchos campos para crear algo nunca visto. Con su broma, Duchamp se salía de la tradición pictórica y proponía unas reglas nuevas para el arte, donde lo que importaba era la actitud y el gesto más que la obra resultante. Lo mismo ocurre con Katchadjian: su experimento vanguardista entra en un terreno que Borges liquidó, justamente, con El Aleph (ese lugar donde está todo al mismo tiempo), la única narración que cumplió el sueño vanguardista de plasmar la simultaneidad de la vida moderna. Lo de Borges es único. Lo de Katchadjian es ocurrente, buen tema para una sesuda tesis doctoral, pero malo como literatura. Peor aún, es un Borges palabrero y explicativo: un Borges for dummies: un antiborges.
Hay que salvar a Katchadjian de Kodama, que sin duda está llevando este caso a extremos delirantes. Pero también hay que salvar a Borges de Katchadjian, que confunde los originales juegos metafísicos con un chiste repetido hasta la náusea durante los últimos cien años.
