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El desafío de los farianos

Carlos Granés

29 de septiembre de 2016 - 03:05 p. m.

Mi papá fue un izquierdista de vieja data, de esos preocupados por las desigualdades y obsesionados por desarrollar programas de educación que las aminoraran.

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Tuvo arranques socializadores, desde luego, pero no con las propiedades de los otros, sino con las suyas. Su ejemplo siempre me hizo asociar los planteamientos de izquierda con el idealismo y con una ética predicada desde el ejemplo, no con arengas enfurecidas ni estratagemas populistas destinadas a conseguir cuotas de poder. En su biblioteca había libros de Gerardo Molina, no de Ernesto Laclau, y en ningún momento se le pasó por la cabeza que Perón o Chávez pudieran ser referentes de otra cosa distinta al militarismo autoritario y fascista. Su izquierdismo también fue libertario y hasta kantiano. No le cabía en la cabeza que el nacionalismo de su querida Cataluña hubiera podido travestirse en una causa de la izquierda, ni mucho menos que en nombre de los pueblos se pudiera matar de un tiro en la nuca a gente inocente. Más que buscar culpables de las desgracias e injusticias, quiso encontrar soluciones. Y en lugar de señalar rabiosamente al enemigo, dedicó su vida a la docencia y a investigar sobre metodología pedagógica. Aunque no le tocó vivir el auge de la política identitaria, supongo que habría estado en contra de toda discriminación, sin olvidar que más importante es lo que tenemos en común que lo que nos diferencia. 

Traigo estos recuerdos aquí porque una de las grandes preguntas que me hago es qué pasará con la izquierda en Colombia —qué modelo seguirá, qué idea de país propondrá— una vez se normalice la situación de las Farc y los partidos existentes tengan que compartir espacio político con los exguerrilleros. ¿El Polo Democrático aceptará vincularse con una agrupación que arrastra el peso de secuestros, masacres y violaciones, que, por muy justiciatransicionalizados que estén, jamás serán olvidados? ¿Se verá tentado por el falaz socialismo del siglo XXI, incapaz de dar nada distinto a pobreza y falta de libertades? ¿O será más bien una oportunidad para esclarecer el panorama de la izquierda y ver quiénes apuestan por un partido socialdemócrata, quiénes siguen ligados al comunismo y quiénes sólo buscan cuotas de poder en medio del descontento?

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Si para la sociedad en su conjunto es un desafío asimilar a las Farc, para la izquierda lo va a ser aún más. En caso de mostrarse demasiado próximos a personas que cumplen sentencias —así sean alternativas— por crímenes de lesa humanidad, los moderados corren el riesgo de espantar a sus electores. Más que Uribe, debería ser Clara López la asustada con la llegada de los farianos, pues es a ella y a su partido a quienes les va a tocar establecer el juego de repulsión y atracción con un grupo justa y mayoritariamente aborrecido por su historial de sangre y despotismo. Siendo optimista, diría que ésta podría ser la oportunidad de marcar diferencias y gestar una opción realmente socialdemócrata, preocupada por las redes de bienestar públicas y nivelar las desigualdades sociales, y no por los delirios ideológicos ni las fantasías fascistoides que han alimentado siempre a los chavistas. Una izquierda moderna, como la chilena o la uruguaya, sería una de las mejores consecuencias de este proceso de Paz para Colombia.

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