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Elogio de un colega

Carlos Granés

09 de noviembre de 2018 - 12:00 a. m.

Hay escritores que se lucen en la distancia larga. Su genialidad, digámoslo así, tiene un arranque lento y aflora con la suma de elementos, las tramas complejas, el desarrollo de personajes. Hay otros, en cambio, a quienes unos pocos párrafos les bastan para expresar toda una cosmovisión o una imagen moral del ser humano. Con una situación o un acontecimiento banal o cotidiano tienen suficiente, para qué más. De ahí extraen vetas profundísimas: qué somos, qué intentamos ser, cuál es la música de fondo de la comedia humana.

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No digo que Juan Esteban Constaín quede eximido del primer grupo, pero sí que su talento para soltar llamaradas de genialidad que alumbran zonas extensas de la vida humana en pocas líneas lo hace el mejor exponente del segundo. Lo demuestra a manos llenas en su último libro, Nunca es pasado, una recopilación de ensayos breves publicados aquí y allá, con este o aquel pretexto, escritos siempre con la cintura de un futbolista de barriada y el pulso de un bibliotecario borgiano.

No se parece en nada a Luis Tejada y sin embargo, cada vez que leo a Constaín, no puedo dejar de hermanarlo con aquel cronista de principios del siglo XX que siempre, sin falta, supo ver la realidad y los cambios sociales acaecidos con la llegada de la modernidad desde ángulos imprevistos, sorpresivos, siempre alejados de las corrientes de opinión. Y es que ambos, sin buscar la extravagancia, logran convertir un dato que parece insulso en un camino para explorar nuestra curiosa, por lo general cómica, a veces macabra, humanidad.

Aunque siempre se distorsiona a un autor cuando el comentarista advenedizo —es decir yo— trata de resumir su complejidad en unas cuantas frases, diría que Constaín busca esos episodios desnortados porque ahí se abre una puerta para ver lo que oculta la fachada humana. No es el gran acto el que nos expresa, sino el descache, el malentendido, la metedura de pata. En esos momentos inesperados se revela la posibilidad de la grandeza. Porque del éxito es muy fácil salir con la frente en alto, lo difícil es hacerlo cuando descubrimos a destiempo, quizás a golpes, que estamos en el lugar equivocado. Ahí aflora esa excepcional cualidad humana, la de sobrellevar con dignidad las adversidades, la de tratar de darle alguito de sentido a una existencia a la que fuimos arrojados, pareciera, sin brújula y con tres guaros en la cabeza.

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El efecto de la mirada de Constaín es inevitablemente cómico. Pero el suyo es un humor que no tiene un pelo de burla, y que más bien encierra una enorme compasión por la criatura humana, una enorme benevolencia hacia nosotros mismos, seres tan sabios y tan perdidos, con una imagen siempre sobredimensionada de lo que somos y por lo tanto expuestos, quién nos manda, a la permanente autoparodia. Nos redime, eso sí, la posibilidad de encontrar placer, belleza, sabiduría, risas. En los libros, claro, pero también en el fútbol, en Facebook, en la cigarrería de la esquina. Constaín es tan sabio como para amar los libros sin desdeñar todo lo que se queda fuera de ellos. Porque la finalidad es la vida. La cultura y la inteligencia deben estar a su servicio, para exaltarla. Lean nomás Nunca es pasado y me darán —le darán— toda la razón.

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