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Ensayito sobre la soledad

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Carlos Granés
06 de noviembre de 2020 - 03:00 a. m.
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Siempre me llamó la atención que dos de los libros más importantes de las letras latinoamericanas tuvieran la palabra “soledad” en el título. Cien años de soledad, de García Márquez, que era el laberíntico paso por la historia de una familia y casi de un continente, y El laberinto de la soledad, de Octavio Paz, que también era una historia, ya no de cien sino de más de cuatrocientos años de soledad mexicana.

En ambos libros se intuía cierto anhelo continental, cierto deseo de estar solos porque estar solos era ser mayores de edad, libres; pero también acechaba en ellos la orfandad, la amarga sensación de no importarle a nadie, de ser usados, abandonados y juzgados por el resto de la humanidad.

La pregunta no era fácil de responder. ¿Queríamos estar solos y pararnos ante el mundo como iguales, como contemporáneos de los demás seres humanos que asumen libremente su destino? ¿O queríamos seguir sintiendo la compañía de algún tutor benevolente o padre cruel a quien señalar por nuestros infortunios, a quien reclamarle las consecuencias nocivas de las estructuras, las dependencias, las globalizaciones, las colonizaciones o las opresiones?

Se me ocurre que la intensa actividad revolucionaria de América Latina pudo ser la consecuencia de no haber querido asumir la soledad. El revolucionario nunca se pensó a sí mismo como una persona sola y libre, sino en tránsito a la liberación; nunca ejerció la libertad, se limitó al acto de emancipación. Por eso sigue liberándose de España doscientos años después de las independencias, y por eso su proyecto pedagógico estelar no ayudó a fomentar la autonomía individual, sino a hacerle ver a la gente que estaba oprimida. No dice: “estás solo, y eso es un desafío”; dice: “estás mal acompañado, emancípate”.

Para estos revolucionarios la libertad nunca es vida cotidiana, sólo momento excepcional. Ruptura de cadenas, insubordinaciones populares, nunca una manera de asumir la existencia, de forjar un criterio individual o de desplegar la vida.

Lo curioso es que no sólo los revolucionarios niegan la soledad, los reaccionarios también lo hacen, aunque de manera distinta. Hemos estado permanentemente acompañados, muy mal acompañados, dicen, por ideas extranjeras que se colaron en nuestros textos constitucionales, en nuestras leyes y en nuestros códigos jurídicos, ideas que nada tienen que ver con nosotros ni con nuestra idiosincrasia. Así se explica la rebelión latinoamericana desde tiempos de Martí. El hombre natural no soporta la tutela del hombre libresco, que lo desconoce, que sabe más de París que de su propia patria, y por eso arma jaleo. Prefiere la soledad anárquica a la mala compañía. Y el reaccionario le da la razón: mejor es olvidarnos de lo que han dicho franceses e ingleses y refugiarnos en nuestra soledad, en nuestra savia nacional. El problema es que rastreando esas ondas telúricas siempre llega a lo mismo: lo nuestro es Bolívar, el Bolívar autocrático, o Juan Manuel Rosas, o sobre todo el Dr. Francia, gente que de verdad creyó en la soledad latinoamericana.

Quizás por eso los ciclos latinoamericanos nos llevaron de la revolución a la reacción y viceversa. Del revolucionario que insiste en que no estamos solos y no somos libres, al dictador que cree que sí lo estamos y que por eso puede hacer lo que le dé la gana.

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shirley(13697)06 de noviembre de 2020 - 07:42 p. m.
Rescato este texto;" Por eso el suramericano simula europeísmo:porque es dilapidador,prometedor,incapaz,porque tiene verguenza del negro y del indio.Mientras simule,será inferior.La grandeza nuestra llegará el día en que aceptemos con inocencia y orgullo nuestro propio ser.El día que mediante la cultura manifieste su individualidad mulata desfachatadamente,ese día habrá algo nuevo en estas tierras
  • Francisco(82596)07 de noviembre de 2020 - 01:42 a. m.
    De acuerdo, Shirley Fernanda.
MARIO(jbw8b)06 de noviembre de 2020 - 07:18 p. m.
Discrepo profundamente de que estos dos libros sean los más importantes. No se puede negar que han tenido cierta pertinencia y permanencia. Pero de ahí a ponerlos en un pedestal hay demasiado trecho. García Márquez NO VA A PERDURAR a nivel internacional, aunque en Colombia seguirá siendo exaltado por los genuflexos de siempre. La obra de Paz con el paso del tiempo es cada vez menos trascendente.
Atenas(06773)06 de noviembre de 2020 - 05:04 p. m.
O a lo mejor se renueva la idea central de la ahora ya admitida magna obra de E.Caballero E. America una equivocación.
Francisco(82596)06 de noviembre de 2020 - 02:12 p. m.
(sigue) Me tropiezo hoy también con la columna de RICARDO SILVA ROMERO, en EL TIEMPO, y veo un diagnóstico terrible, que transcribo: "Somos un fallido experimento humano, un relato sobre cuándo, cómo y por qué fracasa una comunidad". La columna se titula "Especie". Léanlo
Francisco(82596)06 de noviembre de 2020 - 01:10 p. m.
Hola, amigos. Somos pueblos adolescentes que oscilan entre el amor/ sumisión perpetuada a los padres y la rebeldía y el rechazo; que buscan la libertad interior y la autonomía. Pero no lo hemos logrado. Estamos pendientes de que nos tengan en cuenta, nos consideren los demás, nos reconozcan, pero no creemos en nosotros mismos y no sentimos la satisfacción y la alegría de nuestros propios logros.
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