Uno de los más serios desbarajustes de nuestro tiempo, pandemias aparte, tiene que ver con la curiosa inversión de roles que han asumido los políticos y los artistas. Quienes se suponían llamados a desafiar el orden moral, a jugar y a experimentar con los límites, a escandalizar y a transgredir las conductas de la época, es decir, los artistas, hoy son misioneros de las causas políticas más serias y trascendentes. El cambio climático, las migraciones masivas, las minorías, el colonialismo, las víctimas de todo tipo… Esos son los temas que dominan las prácticas artísticas contemporáneas. Frecuentan cada vez más los museos y son la carnada para conquistar al jurado de los premios. También, y esto es lo paradójico, son los temas que más fácilmente soslayan los políticos en su ininterrumpida disputa por el poder.
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Uno de los más serios desbarajustes de nuestro tiempo, pandemias aparte, tiene que ver con la curiosa inversión de roles que han asumido los políticos y los artistas. Quienes se suponían llamados a desafiar el orden moral, a jugar y a experimentar con los límites, a escandalizar y a transgredir las conductas de la época, es decir, los artistas, hoy son misioneros de las causas políticas más serias y trascendentes. El cambio climático, las migraciones masivas, las minorías, el colonialismo, las víctimas de todo tipo… Esos son los temas que dominan las prácticas artísticas contemporáneas. Frecuentan cada vez más los museos y son la carnada para conquistar al jurado de los premios. También, y esto es lo paradójico, son los temas que más fácilmente soslayan los políticos en su ininterrumpida disputa por el poder.
Esa es la curiosa inversión de roles: los niños traviesos se han hecho insoportablemente serios y sobrios, mientras los políticos, que debían comportarse como adultos responsables, se han metamorfoseado en los más alocados performers y entertainers. Moralistas los primeros, kamikazes del espectáculo los segundos. Por lo mismo, aburridísimo el arte y trepidante la política.
Claro, los políticos contemporáneos ayudan. Muchos de ellos llegan ya curtidos de la comedia, como Beppe Grillo; del reality, como Trump, o de la tertulia, como Pablo Iglesias. Son expertos publicistas de sí mismos que recurren a las tácticas del culebrón —yo soy el pueblo bueno que se enfrenta al antipueblo malo—, de la serie de Netflix —cambios de guion repentinos— y de la performance —desplantes e incorrecciones que generan titulares— para vivir en permanente campaña, bajo los focos y en boca de todos.
Para estos personajes la vida es teatro, épica, jornadas históricas, batallas radicales. Pablo Iglesias, por ejemplo, acaba de dejar la Vicepresidencia del Gobierno de España y el Ministerio de Derechos Sociales para volver al ruedo y disputar la Comunidad de Madrid. Ojo: dejó el cargo desde donde se afrontan problemas reales, que afectan la vida de millones de personas, para volver a la pantalla y al mitin. Es lo que ocurre con los cargos públicos, que son sosos. Solucionar problemas reales es muy aburrido. Hay que recopilar datos, hacer cálculos, leer informes, revisar presupuestos, formular leyes, y todo esto sin cámaras, en despachos desabridos… Quién quiere eso. Quizás los artistas; los políticos están para otra cosa.
Para luchar contra Franco, así lleve 40 años muerto, o para frenar al fascismo. O mejor: para redimir al pueblo de la opresión. Para eso sí, cuenten con ellos, cómo no. Y, claro, como esas gestas no son de este mundo, como no tienen relación con el presente ni con los problemas de la gente común, todas ellas tienen que darse en las pantallas y en las redes, como performance. En el mundo de lo plausible, del Bien y del Mal, caben todas ellas. En la ficción y en el espectáculo no sólo sirven, son indispensables.
Esa es la política contemporánea, una nueva forma de entretenimiento participativo en el que la gente acaba tomando bando, afiliándose a una tribu, detestando a unos y perdonándoles la vida a los otros. Y votando, claro, aunque el voto ya no garantice que se cumpla un programa, sólo que un personaje vuelva a salir en la siguiente temporada.