Hace exactamente 20 años saltó a los periódicos del mundo entero: el Subcomandante Marcos inauguraba 1994 con un nuevo levantamiento armado.
Fumando pipa como el Che Guevara, cubriéndose el rostro como los luchadores mexicanos y escribiendo poéticos comunicados, capturó la imaginación de la izquierda mundial. El enigmático personaje sedujo a grandes escritores como José Saramago, John Berger, Norman Mailer y hasta Octavio Paz; devolvió la esperanza a Regis Debray, Eduardo Galeano y Alain Touraine, viejos intelectuales de izquierda, y convirtió a Chiapas en cuna del turismo revolucionario, atrayendo a celebridades mundiales como Danielle Mitterrand, Oliver Stone, Manu Chao o el cantante de Rage Against the Machine. ¿Cómo fue posible que un alzamiento armado, en el que hubo muertos y protestas por parte de la población local, se convirtiera en ese festín de radicalismo chic y nostalgia tercermundista?
Las revoluciones latinoamericanas siempre han embrujado a los intelectuales que no tienen que padecerlas, pero ninguna otra había despertado tanta fascinación como el alzamiento zapatista. Tuvo que ver en ello la caída del muro de Berlín y el desánimo en que estaba la izquierda redentorista, pero también, y sobre todo, el que Marcos se hubiera atrincherado entre los indígenas chiapanecos. Desde la selva Lacandona, de pronto se reivindicaba la identidad indígena y se exigían soluciones para la postración y olvido en que vivían las comunidades autóctonas. Parecía que por fin se daba ese levantamiento indigenista que había promovido el peruano José Carlos Mariátegui a principios del siglo XX. La revolución que arrastraría a México al siglo XXI la iban a dar sus habitantes ancestrales. La imagen resultaba fascinante. Coincidía con el malestar causado por la globalización y la occidentalización del mundo, y con el auge universitario del multiculturalismo y su miope celebración de todo lo que pareciera tradicional y auténtico. Reactivaba, además, la vieja fantasía de los surrealistas que veían en lo salvaje y arcaico el antídoto para todos los vicios de Occidente. La revolución de Marcos armonizaba con el altermundismo, con la nueva ola de corrección política y con la idealización moderna de lo arcano y primitivo.
Lo paradójico de todo esto es que Marcos no llegó a Chiapas guiado por su amor a los indígenas. Lo revelaron los periodistas Maite Rico y Bertrand de la Grange en una entrevista que le hicieron a Salvador Morales Garibay, uno de los fundadores del EZLN: “Chiapas no se escogió por su potencial revolucionario, sino por una razón geográfica”. Marcos tenía en mente al Che Guevara y su teoría de los focos guerrilleros, no a Mariátegui y su lucha indigenista. Fue estando allá que cambió el guión. Marcos se convirtió en adalid de los indígenas, y esa “genial impostura” (como la llamaron Rico y De la Grange) lo convirtió en un icono mundial.
Veinte años después, el EZLN sigue controlando algunos municipios chiapanecos. En ellos, según cuenta Rico, la pobreza ha aumentado: antes estaban olvidados por el Estado, ahora están aislados del mundo por sus salvadores.
Carlos Granés*