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La risa y el poder

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Carlos Granés
26 de diciembre de 2014 - 01:53 a. m.
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Para nadie es un secreto que Corea del Norte es un país cerrado al mundo, que le rinde culto a una estirpe de dictadores tan brutales como narcisos, y que además malgasta sus pocos recursos en misiles nucleares, avenidas sin carros e inverosímiles paradas militares.

El mundo entero lo sabe porque son cientos, miles, los reportajes, informes, noticias y documentales que se han hecho al respecto y que seguramente, a pesar de la férrea censura, se han filtrado en sectores de la población. Corea del Norte sabe todo esto y parece no darle la mínima importancia. La pregunta es entonces ¿por qué reacciona de una forma tan virulenta, lanzando amenazas y —según parece— ataques cibernéticos, cuando Sony está a punto de estrenar The Interview, una película sobre su líder Kim Jon-un? ¿Por qué le da tanta importancia a una ficción, evidentemente exagerada y falsa, y no a las comedidas y reveladoras investigaciones periodísticas? ¿Por qué la emprende contra Sony y no, digamos, contra el The New York Times?

Parte de la respuesta tiene que ver con que la película sea una sátira. A diferencia de los reportajes, la sátira no puede juzgarse a partir de su correspondencia con la realidad. Mientras el régimen puede decirles a sus ciudadanos —y a quien quiera oírle— que toda la información publicada en Occidente es una simple propaganda adversa, cuyo fin es desestabilizar al régimen, con una ficción, ese esfuerzo es inútil. De antemano sabemos que todo lo que ocurre en una película o en una novela es falso. El juego es otro. Importa poco saber si lo que se cuenta pasó. Lo fundamental son los interrogantes que puede inocular en la mente del lector o el espectador, y en el caso de The Interview son bastante obvios: ¿Por qué en otros países se están burlando de nuestro divino y amado líder? ¿Cómo alguien que rige con tanta sapiencia nuestros destinos puede ser ridiculizado?

Si hay algo que horripila a los líderes autoritarios es la risa. Las carcajadas no se pueden desmentir. Corroen la gravedad con que ungen y justifican sus causas, y en últimas relativizan lo que claman como cierto e indudable. La risa desdiviniza y baja a las personas a ras de tierra. Quien quiere estar en lo alto intenta neutralizarla, como los islamistas que no toleraron las caricaturas de Mahoma; como el ecuatoriano Rafael Correa que no soporta a la prensa, menos a los caricaturistas y en particular a Bonil; como el sirio Bashar al-Asad, cuyos matones le rompieron ambas manos a Ali Farzat, otro influyente caricaturista. El régimen norcoreano está en las mismas. No se ve amenazado por misiles nucleares ni sanciones económicas, sino por la risa: millones de carcajadas apuntando a su militarismo anacrónico y a su desgastada y ridícula idea del líder divino e infalible. ¿Qué pasaría si The Interview circulara entre los norcoreanos? Tal vez nada. Quizá la misma población desaprobaría la película. Pero también, y ese es el riesgo que quiere prevenir el régimen, podría despertar un sentido crítico adormilado por la propaganda oficial. Lo que sí es claro es que ni Sony ni Estados Unidos deben aceptar el chantaje. No puede haber más humorista censurado por el poder, y eso también va por los que mataron a Jaime Garzón.

 

*Carlos Granés

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