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Las causas y las ideologías

Carlos Granés

01 de febrero de 2019 - 12:00 a. m.

Son líos de faldas, de linderos; es por eso que se matan y entrematan los líderes sociales. El mismo retintín vuelve a sonar ahora, luego de que el presidente del Sindicato de Trabajadores de Emcali, Ricardo Muñoz, fuera atacado frente a su casa por dos hombres armados: delincuencia común, un robo, la cosa está candela. Y sí, puede que sí, pero por mera responsabilidad histórica con los cientos de sindicalistas y líderes sociales asesinados, la policía debería dejar esa hipótesis al final de la lista. Antes correspondería sospechar. Asumir desde el minuto uno que es un atentado con motivaciones espurias. Hacer algo para frenar lo que bien podría ser un asesinato por encargo. Ateniéndonos al número de muertos vinculados a la lucha sindical, desactivar la suspicacia y asumir como buena la explicación más fácil, el sospechoso habitual, supone mediocridad y pereza, cuando no una falta de interés en llegar al fondo del asunto. Más gratificante es imponer la paz y la tranquilidad por decreto: aquí no ha habido muertos, aquí no pasa nada.

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Ahora bien, si la falta de imaginación y suspicacia produce en ocasiones pasividad ante la barbarie, su exceso pone en marcha la teoría conspirativa, el mecanismo perfecto para beneficiar a las tiranías. Basta ver lo que está ocurriendo en Venezuela y las razones, siempre a medio camino entre la fábula y el cliché, que se están dando para deslegitimar a Juan Guaidó y los pasos que ha dado la Asamblea Nacional para desalojar a la dictadura de Maduro de las instituciones. La sociedad está dividida, lo que hay es una guerra económica promovida por las oligarquías y los yanquis, lo único que está en juego es el petróleo. Es decir, cerremos los ojos, no veamos al millón de venezolanos que prefieren salir a pie de su país que seguir en él, ni los índices de desnutrición, ni la falta de medicinas, ni la pobreza generalizada, ni el hartazgo omnipresente. Cerremos los ojos e imaginemos. Fantaseemos la más escabrosa trama conspirativa e impongámosla a la realidad. El pueblo está feliz y ama a su líder: eso también se puede determinar por decreto.

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A veces por falta, a veces por exceso de imaginación, nos negamos a ver la realidad. Una parte queda entre tinieblas, como si los muertos que allí hierven fueran menos relevantes que los otros. Parte de esta ceguera tiene que ver con la repartición de causas. Absurdamente, sólo por aquí están en juego reivindicaciones sociales y allá normas democráticas, unas terminan arrinconadas a la izquierda y otras a la derecha. Los líderes sociales para la primera, Venezuela para la segunda. Así parecería estar dividido el juego. Y por esa misma inercia, la derecha empieza a mostrarse pasiva ante el goteo de muertos, mientras la izquierda se empeña en bombearle oxígeno a Maduro con el espumarajo del imperialismo, que a estas alturas, más que idiotez, supura una cruel predisposición al despotismo.

La militancia en un bando tiene la ventaja de que ordena la realidad. Jerarquiza valores y establece prioridades. Eso no está mal. El problema viene cuando blinda ante el error en las propias filas. Simplificándola o exagerándola, fuerza a la realidad a adaptarse a las expectativas de la propia ideología. Entonces ocurre: la superioridad moral de la causa se convierte en la arrogancia y parcialidad de siempre.

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