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Pasa.
Quería hablar de Luis Miguel y acabé hablando de las Torres Gemelas. Trataba de entender qué era lo que me había gustado tanto de la serie que cuenta su vida, y entonces advertí que no era la trama, un tanto maniquea, ni las actuaciones, que aunque notables eran lo que se espera de una producción de Netflix. Lo que me asombró de la serie, entendí, no estaba en ella, estaba en la realidad, y es que el Luis Miguel de verdad sólo tiene 48 años. Está vivo y tiene 48 años y su vida ya es ficción y eso, creo, es algo nuevo. Antes se necesitaban como mínimo 48 años de muerto para dar el salto a las pantallas o a las novelas. Ya no. Los lapsos se aceleran, no es necesario darle tiempo al tiempo, y la culpa, sospecho, la tienen las Torres Gemelas
Aunque todo empezó con la guerra del Golfo, el atentado contra las Torres Gemelas marcó un punto de no retorno. En ese episodio se dieron cita el más inmediato presente, el suceso histórico que condicionó las décadas siguientes y el mayor espectáculo televisivo jamás imaginado. Un reality con la Historia como protagonista. Después del 11-S se acabó el pasado. Al menos pudimos comprobar el efecto hipnótico que tiene la historia cuando se desarrolla en tiempo real, frente a nuestros ojos. Ese efecto, supongo, fue el que aceleró los tiempos de la ficción. La posibilidad de que la realidad se transmitiera en directo permitió a los creadores —quizás los obligó— hacer algo similar: traducir la realidad en ficción antes de que la historia termine, cuando apenas se insinúa.
Y podría ocurrir algo más. Fíjense: la primera temporada de Luis Miguel cuenta lo ocurrido en su vida desde finales de los 70 hasta 1992. Son unos 15 años en los que el cantante pasa de una niñez prometedora a convertirse en el ídolo latino. Una segunda temporada nos dejaría prácticamente a las puertas del presente, y una tercera o una cuarta se adelantarían a la realidad. La dejarían atrás y en adelante le tocaría al Luis Miguel real esforzarse por parecerse al Luis Miguel de la ficción.
Aún no se ha hecho una serie que, partiendo de un personaje o de unos hechos reales, de pronto les tome ventaja y se arriesgue a adivinar lo que ocurrirá con ellos en el futuro. No creo que suceda en Luis Miguel, pero sí en alguna otra. A alguien se le ocurrirá una serie que empiece en tiempo real —por ejemplo, con la posesión presidencial de Iván Duque—, y que poco a poco, mediante los atajos de la ficción, vaya sobrepasando el tiempo presente y la realidad. La serie terminaría contándole a la sociedad lo que va a ocurrir en el futuro, y el personaje real tendría un espejo y un rival en el ficticio. La realidad se vería tentada a coincidir con la ficción; el público anhelaría que las cosas reales sucedieran según las predicciones de la pantalla.
Supongo que este es el paso inevitable. Es casi una demanda de la sensibilidad contemporánea, intoxicada de inmediatez y de actualidad. Mientras ocurre, hay que preguntarse qué será de Luis Miguel. Porque aún le queda casi media vida y ya hay un fantasma suyo habitando con él la realidad. Ya tiene su replicante y en adelante tendrá que convivir con él y esforzarse para que no le robe la inmortalidad. Porque es posible que en unas décadas no se le recuerde a él, sino a su alter ego ficticio. No es fantasía.
Pasa.
