Moralitis y drogas ilegales

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Carlos Granés
20 de julio de 2018 - 02:00 a. m.
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El problema ha sido ampliamente diagnosticado y habría que estar muy fuera de la realidad para no asentir, así sea disimuladamente, cuando por milésima vez lo repiten los analistas: la guerra colombiana ha alcanzado sus desproporcionadas dimensiones no por la fiereza y contumacia ideológica de sus cabecillas, sino por el incesante chorro de dinero del narcotráfico que la irriga. Es lo que todo presidente, Duque incluido, sabe que ocurre; es una dinámica que todos los jueces han padecido; es lo que la comunidad internacional ve desde la distancia.

La máscara ideológica se ha desvanecido y ahora lo vemos con más claridad: las disputas políticas han sido un subterfugio para legitimar el control de territorios, la intimidación de opositores y la conformación de ejércitos cuya verdadero fin ha sido cuidar, perpetuar y hacer más próspero el negocio de la droga. Ha habido conflicto político, desde luego, pero nadie puede llevarse las manos a la cabeza y mostrarse sorprendido por la continuidad de la violencia. Era evidente que las negociaciones sacarían del escenario a las guerrillas y a los paramilitares ideologizados, pero los cultivos de coca, las rutas del narco y las toneladas de dinero se iban a quedar ahí, a la espera de nuevos amos.

Los gringos lo sabían, los uribistas lo sabían, los conservadores lo sabían. No era un secreto para nadie, insisto. Sin embargo, a la hora de tomar cartas en el asunto el problema del narcotráfico se convierte en un tabú intocable. No se reconoce el fracaso de la guerra contra las drogas porque aquello parecería una claudicación contra un mal mayor. Personas que saben muy bien que todo lo hecho hasta el momento ha sido contraproducente, de pronto ven cómo se les inflama la moral, les da una moralitis que les impide enfrentar el problema con sensatez y realismo.

Ejemplo de moralitis aguda es la enorme contradicción del uribismo. Los partidarios de Uribe siempre se han mostrado reacios a cualquier intento de legalización de los narcóticos, pero nunca levantaron la ceja cuando José Obdulio, primo hermano de Pablo Escobar, se convertía en el líder ideológico de la agrupación, ni cuando se desvelaban los vínculos de la familia Uribe con la familia Ochoa, ni cuando sistemáticamente aparecían pistas que relacionaban a Uribe con la mafia. La moralitis dejaba en segundo plano todo esto y ponía en relieve la grandilocuencia con que el expresidente decía atacar el vicio, la alienación del marihuana y el peligro que suponía para el prójimo.

¿Quién cree hoy en día toda esa cháchara? ¿Quién cree que nuevas fumigaciones acabarán con los cultivos de coca? ¿Quién cree que cortando esta o aquella cabeza el negocio quedará acéfalo? La insistencia en prácticas que sistemáticamente han fallado sólo puede explicarse por esta moralitis. El gobierno finge actuar en contra del narco y la opinión pública finge creer que así la sociedad se mantiene a salvo. Es una gran farsa en la que todo el mundo finge consternación, sabiendo perfectamente que nada servirá de nada.

Todo indica que la misma moralitis aquejará al gobierno de Duque. Son cuatro años en los que una oposición que se proponga enfrentar el problema de las drogas a nivel diplomático, jurídico, comercial y médico, con miras a su legalización, se puede convertir en una alternativa cuerda y saludable ante tanta necedad.

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